jueves, 9 de abril de 2009


Gestos ecuestres

Hay elementos, imágenes o cuerpos que en el entorno figurativo definen verdades como una casa. La plasticidad y el arrobo sensual de los caballos son vehículo idóneo para exteriorizar en el lienzo los signos del desbordamiento erótico o la virilidad desde el movimiento. Y pudiera parecer que tantear con el ícono ofrece garantías inalterables, viaje a puerto seguro, paletazo firme con rumbo a la gloria. Pero mucha cautela. Lo mismo que en poesía, el amor como tema fecundo, a estas alturas de literatura queda reservado al verdadero talento y no al palabrero, al escribidor de versos; en las Artes Plásticas y tras varios milenios de evolución creadora, el empleo revolucionario de imágenes con un discurso ya establecido, queda reservado a los más capaces. Jordi Beltrán, sin ademanes extravagantes, cincela su nombre justo entre aquellos que brillan con luz propia sin necesidad de recurrir al resplandor de las candilejas.

En los caballos de Jordi Beltrán el trazo es por norma conciso pero voluptuoso, aún cuando la línea parece irreverente, desgreñada en ocasiones. El artista sabe como definir, defender y exteriorizar sus criterios al oleo, y no necesita matizar la urdimbre con rebuscamientos ni complicaciones academicistas para concretar resultados loables. En algunos cuadros, por lo general aquellos donde los tonos, más dóciles, se degradan y regeneran contenidamente, el discurso alegórico nos remite a la sexualidad humana desde la figura equina. En otros, la certera fusión entre matices briosos, la hirsuta línea del caballo y el musculoso movimiento ecuestre, nos deja una sugestiva huella de potencia y fertilidad. Podrá notarse sin embargo en todos que la ausencia de arreos sobre el animal disemina hasta los marcos el sentimiento de libertad.

Jordi Beltrán tuvo terreno fecundo y vasto al que recurrir en busca de asiento ilustrado. Sin embargo prefirió seguir al trote con sus bestias en camino propio y esto acrecienta el mérito de su trabajo. Conoce del vanguardismo, en ocasiones fauvista, de Marc Chagall, su folclor tradicionalista y su apego a la figura equina, pero evita ese trazo y enfoque narrativo de su pincel. Por raíces y estudios lleva en la memoria El rapto de las mulatas, derroche de luz y transparencia, alegoría del cubano Carlos Enriquez sobre El rapto de las Sabinas, pero descarta la idea de colocar sus caballos para enriquecer otro entorno. Evade la perspectiva literaria que ofrece en las litografías de Historias a caballo su coterráneo Aisar Jalil, y no obstante, deja claro ante el ojo público y docto que su versátil paleta bien podría estar corriendo sobre un caballo desde el principio hasta el fin a lo largo de la brillante plaza de la vida.(1)

Bienvenido sea este alto gesto ecuestre en equilibrio(2) que nos ofrece Jordi Beltrán.

(1) Marc Chagall.

(2) Emilio Ballagas.