Con el amor en el fondo .
A mediados de semana y como espectador en segunda fila vi un horror de programa que transmite Canal 6 de Costa Rica. Algo así como una revista matinal Vanity Fair desencuadernada. Un bodrio televisivo en cámara lenta, dietético, bajito de sal. Sin condimento ni condimentador, se escurre por la pantalla como un bostezo. Son instantes en los que, a falta de interés mayor, uno repara en las características físicas del aparato, en la decoración del lugar, en el estado del tiempo si tenemos a mano una ventana o una puerta abierta a exteriores. Y de vez en cuando – por que no – nos agraviamos con la pantalla del tele. Durante esos instantes de masoquismo que algunos tenemos, escuché – y vi – que se hablaba en la revista de marras acerca del afecto, atenciones y merecido lugar que requieren los ancianos dentro del núcleo familiar. Entre frases inconexas, superfluas, a veces casi unimembres y de dudosa gramática, tanto del moderador, o conductor ¿de buses? que llevaba la revista, como de la psicóloga y especialista en el añejo tema, oí que el masculino dijo, a manera de sentencia después de la verborrea laudatoria, que a los ancianos debemos darles un espacio mayor de participación dentro del grupo familiar porque en el fondo los queremos. ¡Oye tú!, así mismo, sin maquillaje: ¡en el fondo! Según ese tipo, hay que tener buena preparación física, mental y tecnología de punta para querer a un anciano porque hay que sumergirse hasta las profundidades oceánicas para llegar allí, aunque el anciano sea tu propia madre, o tu padre. No obstante, quizá la referencia era al fondo de una botella. En ese caso habrá que vaciarla primero para llegar allí. Es decir que el castillo matinal era de naipes y la vara de tumbar gatos que semeja ese conductor de equipos pesados lo desplumó de un lenguazo. Supe además que la vieja con colorete con la que él habló, es psicóloga – en presente porque supongo que todavía esté viva – por referencias de otro espectador, en tercera fila. Y es que el exégeta tumbador de gatos la trató de: Doña, mientras con ella habló. Jamás utilizó los términos de psicóloga, licenciada ni especialista. Y si lo hizo fue mientras me perdía en la ciudad entre las persianas de una ventana. Con estos truenos, en esta comarca proclive a la violencia de género y número, ahorita comienzan los linchamientos de ancianos. Y es que no cualquiera tiene fuerzas ni un balón de oxígeno a mano para nadar hasta lo insondable y encontrar, en el fondo, el amor y el respeto que merecen los ancianos. Tal vez lo encuentren, con irrisorio gasto de energía y recursos, aquellos que apenas deban vaciar una botella. Digo yo.