sábado, 14 de mayo de 2011



William Faulkner: trajinando en el deep south.

Dicen que William Faulkner araba la tierra con aplicación, en una pequeña parcela detrás de su casa, cuando llegaron a decirle que había ganado el Premio Nobel de Literatura, en el año 1949; y que siguió arando tranquilamente después de saberlo. Así era el tipo, irreverente, sarcástico e innovador hasta en la manera de asumir semejante noticia. Sin más preámbulo dejo aquí un fragmento de entrevista con el escritor. (P: periodista, F: William Faulkner)

P: ¿En cuanto a su escritura, tiene el escritor alguna obligación para con sus lectores?

F: Su única obligación inaplazable es hacer el trabajo lo mejor que pueda; cualquier obligación aparte de esa puede cumplirla como más le guste. Yo estoy demasiado ocupado como para preocuparme por el público. No tengo tiempo para preguntarme quién me lee. No me preocupa la opinión de un Juan Pérez acerca de mi trabajo ni del de otros. Yo tengo que lograr mi nivel, y solo lo logro cuando el trabajo me hace sentir igual que cuando leo La tentación de San Antonio o el Antiguo Testamento. Me hace sentir bien. Observar un pájaro también me hace sentir bien. ¿Sabe?, si yo reencarnara, me gustaría convertirme en un milano. Nadie lo odia ni lo envidia ni lo quiere ni lo necesita. Nunca lo molestan ni está en peligro, y come cualquier cosa.

P: ¿Qué técnica utiliza para alcanzar su nivel?

F: Dejemos que el escritor se valga de la cirugía o de la albañilería si está interesado en la técnica. No existe una manera mecánica para forjar una escritura. No conozco ningún atajo de este tipo. El joven escritor que siguiera una teoría, sería un tonto. Enséñate a ti mismo según tus propios errores; la gente solo aprende por el error. El buen artista cree que nadie es lo suficientemente bueno como para aconsejarlo. Posee una vanidad suprema. No importa cuanto admire al escritor viejo, quiere derrotarlo.

P: ¿Niega usted entonces la validez de la técnica?

F: De ningún modo. A veces la técnica se hace cargo y comanda el sueño antes de que el propio escritor pueda ponerle la mano encima. Ese es el tour de force y llevar una obra a término no consiste sino en colocar un ladrillo sobre el otro…

P: ¿Cuánto de su escritura está tomado de su experiencia personal?

F: No podría decirlo. Nunca hice la cuenta. Porque “cuanto” no es lo que importa. Un escritor necesita tres cosas: experiencia, observación e imaginación; y un par de cualquiera de estas cosas, a veces una sola de ellas, puede suplir la falta de las otras...

P: Algunas personas dicen que no entienden su escritura, incluso después de haberla leído dos y hasta tres veces. ¿Usted les sugeriría algún tipo de aproximación?

F: Leer cuatro veces.

P: Decía usted hace un momento que la experiencia, la observación la imaginación, son importantes para un novelista. ¿Incluiría entre ellas a la inspiración?

F: No sé nada acerca de la inspiración, no sé qué es, oí hablar de ella, nunca la vi.

P: ¿Cómo comenzó su carrera de escritor?

F: Yo vivía en Nueva Orleans, y hacia cualquier tipo de trabajo para ganar un poco de dinero de vez en cuando. Conocí a Sherwood Anderson. Por las tardes caminábamos por la ciudad, hablábamos de la gente. Por las noches nos reencontrábamos, nos tomábamos una botella o dos, él hablaba, yo escuchaba. Todos los días hacíamos lo mismo. Decidí que si esa era la vida de un escritor, entonces lo mío era convertirme en escritor. Y así comencé a escribir mi primer libro. Descubrí que escribir era divertido. Incluso olvidé que no había visto a Sherwood durante más de tres semanas. Él se apareció entonces por primera vez en mi casa y me dijo: ¿qué pasa, estás enojado conmigo por alguna causa? Le dije que estaba escribiendo un libro. Él dijo: ¡Dios mío! y se fue. Cuando terminé el libro – La paga de los soldados – me encontré en la calle con la señora Anderson. Mé preguntó por el libro y le dije que lo había terminado. Ella dijo: “Sherwood dice que hará un trato contigo; si no está obligado a leer tu manuscrito le dirá a su editor que lo acepte”. Dije: “Trato hecho”, y así fue como me convertí en escritor.

P: ¿Qué clase de trabajos hacia para “tener un poco de dinero de vez en cuando”

F: Lo que fuera, un poco de casi todo: conducir botes, pintar casas, pilotar aeroplanos. Nunca necesité mucho dinero porque vivir en Nueva Orleans era barato por aquel entonces, y todo lo que yo quería era un lugar para dormir, comida, tabaco y whisky. Había muchas cosas que yo podía hacer durante dos o tres días para ganar dinero suficiente para vivir el resto del mes. Por temperamento soy pordiosero y errante. No quiero lo suficiente el dinero como para trabajar por él…

P: ¿Lee a sus contemporáneos?

F: No, los libros que leo son los que conocía y amaba cuando era joven, y a los cuales regreso como a viejos amigos: el Antiguo Testamento, Dickens, Conrad, Cervantes: Don Quijote. Los leo todos los años, como otros leen la Biblia, Flaubert, Balzac, Dostoievski, Tolstoi, Shakespeare. Ocasionalmente leo a Melville, y de los poetas a Marlowe, Campion, Johnson, Herrick, Donne, Keats y Shelley. Todavía leo a Housman…

P: ¿Y Freud?

F: Todo el mundo hablaba de Freud cuando llegué a Nueva Orleans, pero nunca lo leí. Shakespeare tampoco lo leyó. Dudo que Melville lo haya hecho, y seguro que Moby Dick no lo hizo...

P: ¿Qué podría decir acerca del futuro de la novela?

F: Imagino que mientras la gente siga leyendo novelas, también habrá gente que las escriba, y viceversa.

P: ¿Y la función de los críticos?

F: El artista no tiene tiempo suficiente para prestar atención a los críticos. Los que quieren escribir no tienen tiempo para leer reseñas. La función del crítico no está dirigida al artista mismo. El artista es una figura que supera a la del crítico, porque el artista está escribiendo algo que conmoverá al crítico. El crítico en cambio está escribiendo algo que conmoverá a cualquiera, salvo al artista mismo.

P: ¿Quiere decir que nunca sintió la necesidad de discutir su obra con nadie?

F: No, estoy demasiado ocupado escribiéndola...Soy un escritor, pero no soy un hombre de letras.

P: Los críticos afirman que los lazos de sangre son un factor central de sus novelas.

F: Esa es una opinión, y como ya le dije, no leo críticas.

P: ¿Podría explicar que significa “movimiento”, en relación con el artista?

F: La ambición de todo artista es detener el movimiento, que es la vida misma, por medios artificiales, y dejarlo fijo para que cien años después, cuando un extraño lo mire, vuelva otra vez a ponerse en marcha, puesto que es la vida. Ya que el hombre es mortal, la única inmortalidad posible para él es dejar algo inmortal detrás de sí, algo que siempre se mueva. Esta es la forma que tiene el artista de garabatear “Kilroy estuvo aquí”, en la pared del olvido último e irrevocable a través de la cual algún día pasará.

P: Malcolm Cowley afirma que sus personajes poseen un sentido innato de sumisión ante el destino.

F: Esa es su opinión: Yo diría que algunos de ellos lo tienen y otros no…

P: ¿Qué sucedió en usted entre La paga de los soldados y Sartoris? Quiero decir: ¿qué dio origen a la saga de Yoknapatawpha?

F: Con La paga de los soldados descubrí que escribir era divertido…escribí por escribir, por el placer que producía. Al comenzar Sartoris descubrí que el pequeño sello postal de mi suelo nativo merecía que se escribiera sobre él, y que yo nunca viviría lo bastante para agotar ese tema…El haber logrado que mis personajes se muevan en el tiempo, me prueba mi teoría, según la cual el tiempo es una condición fluida que carece de existencia…Me gusta pensar en el mundo que creé como en una suerte de piedra angular de un universo; si se quita esa piedra, pequeña como es, el universo entero entraría en colapso. Mi último libro será el libro del Día del Fin del Mundo, el libro de oro, del condado de Yoknapatawpha. Entonces quebraré mi lápiz y deberé detenerme.

P.D: Fragmentos tomados de Leopoldo Brizuela y Edgardo Russo. “William Faulkner. Una entrevista”, Como se escribe una novela, El Ateneo, Buenos Aires, 1993, pp. 119-127.