martes, 13 de noviembre de 2012

Literatúrica.



Literatúrica.
        A veces pienso que si Ignatius J. Reilly después de revolver todo New Orleans con sus locuras y ocurrencias decidió mandarlo todo a la mierda y fugarse, fue porque algún tipo de escape, personal y premonitorio, ya rondaba la cabeza de John Kennedy Toole. Los fracasados intentos de edición de La conjura de los necios terminaron por deprimir y desquiciar hasta el asco al escritor, quien terminó suicidándose sin ver su primer y único libro impreso. Ironías de la vida y de la muerte, la novela ganaría el Premio Pulitzer en 1981, un año después de sufrida publicación. J K Toole creció de la teta de cómoda familia sureña, se graduó con honores en la Universidad de Tulane, y hasta cumplió servicio militar en Puerto Rico a comienzos de los años 60. Pero lo mismo que en la vida de Ignatius, en la suya la silueta materna más que presencia laudatoria, yugo y verdugo fue. La rutina bohemia que llevó durante un tiempo en el Barrio Francés  de la ciudad que despide el curso del Misisipi no le alcanzó para inclinar su sexualidad hacía un lado u otro de la balanza. El revolico de su cabeza late en La conjura de los necios, que cierta empatía existencial presenta con la casi autobiográfica Trópico de Capricornio (1938) de Henry Miller. Ignatius J. Reilly mucho se me parece al autor de los trópicos, Pesadilla de aire acondicionado y El tiempo de los asesinos (entre otras), solo que sin los apetitos del animal lascivo que fue Henry Miller, quien probablemente alguna ninfa neoyorquina  desfloraba cuando John Kennedy Toole decidió matarse, para vivir en el mito.

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