jueves, 15 de noviembre de 2012

Evangélicas.



Evangélicas.
       Se dice que madre hay una sola y con dios pasa lo mismo: es uno solo, único, y no obstante, un montón de gente se lo ha encontrado por ahí. Si madre hay una sola pues esa me tocó a mí. Con el místico ente no he tenido la misma suerte. Digo yo que será porque no nací con ese don de ubicuidad que otros poseen. Y es que a veces uno escucha que, por ejemplo, un tipo en la Patagonia se encontró con el non plus ultra. ¿Cómo puede ser esto posible si al mismo tiempo un leñador en la Columbia Británica y un ecobio en Marianao también se arrimaron al bíblico ser? ¿Transmutación corporal? ¿Desintegración/reintegración espacial y simultánea? Si un bebe, allá por la Polinesia, jugando con su caca le embarró la cara de mierda a dios cuando delante lo tuvo: ¿cómo es posible que al mismo tiempo se le apareciera con perfumada y rasurada imagen de agua de lavanda, por decir algo en Islandia, a un degollador de corderos, o con más polvo de estrellas que Indiana Jones en la gabardina, para no ir más lejos, en las inmediaciones de Saturno al segundo anillo? ¿Es uno o son dos dioses, o tres? o vaya a saber usted cuantos habrá  Y estamos hablando de la “presencia” de aquel que dicen algunos todo creó, porque el tema de su lamentable ausencia al pase de lista cuando más falta le ha hecho a nuestra especie que aquí esté, es asunto a tratar en varios volúmenes. En fin, con más pelos, con menos pelos, con olores o con hedores, en forma de nube o túnel, multiplicado por cero o por un millón, ese fortuito encuentro con la divinidad siempre dependerá – para decirlo más o menos a la manera de Miguel de Unamuno –  de la manera en que la fe cree su objeto.

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