Pancarta.
Me dijeron hace unos
días que dentro de poco tiempo habrá elecciones aquí, en Costa Rica. Fecha
exacta no se me pida; ya es bastante con saber que eso habrá. Y queso, para que
muerda el nuevo ratón presidencial. Aquello, lo de las próximas elecciones, me
lo dijo la madre de mi hija, con sorpresa, cuando le consulté sobre algo que vi
en la tele – alegórico al tema –, sentado en la sala de su casa. Juro por lo
más sagrado, mi hija, vaya, o mis padres, que no lo sabía: lo de las elecciones,
repito y voy por un trío de veces. Ni siquiera sé quiénes son los implicados en
el asunto. Tele no veo, jamás. Periódico leo alguno, cada tres meses, y voy de
prisa si tomo en cuenta que, según Borges, periódicos deberían editar uno cada
cien años, si acaso. Asociando, me doy cuenta ahora del porqué se me hacen “familiares”
algunos apellidos: Araya, Chinchilla, ¿Arroyo? ¿Vallarta? ¿Messi? ¿Le Bron James?
Tengo la obesa impresión de que no me irá ni mejor ni peor, sea quien sea el
próximo presidente de esta República, esté o no yo al tanto del zarandeo del
merengue presidencial. Por eso, no me desgasto con esas mierdas al uso y concentro
mis energías en menesteres, digamos, de perfil más nutritivo. Al final de la
carrera por el tribuno taburete, no creo que se haya movido un pelo mi in/estabilidad
ciudadana. No obstante, alerto: aunque me entere dos años después de las
elecciones, si es un neofidelista, un neochavista, un neocomemierda de corte
populista, vaya, el nuevo presidente, que me cuente desde ahora entre sus
enemigos.
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