La Trocha mocha.
Cuando Costa Rica
comenzó la de/construcción de la trocha fronteriza paralela al río San Juan,
Nicaragua, argumentando que la Trocha destrochaba
el ecosistema local, soltó el grito y lo puso en el cielo. En primera
instancia, todos en este lado de la ribera fluvial pensamos que el aspaviento
de los pinoleros más que evidencias de desastre ecológico exponía la evidencia
del desastre económico, la impotencia y la envidia de aquellos que viven en la
rivera opuesta del río. Quizá algo de eso hay, pero el tiempo pasó, pasó un
pájaro por el torrente a veces turbio, a veces claro del río San Juan, y otras
duras, blandujas, pestilentes verdades se destaparon en la cloaca de los dimes
y diretes binacionales. Lo que nació y creció – para los que vivimos a este
lado del chorro de agua – como síntoma de pujanza y desarrollo económico
nacional, termina siendo una vergüenza pública. Nicaragua tenía razón. La
lengua de lastre que partió en dos mitades la zona selvática donde se trazó, increíblemente
no contó con un estudio previo sobre posible impacto ambiental, y las
secuelas del despelote fronterizo en el ecosistema son más grandes que los
lunares de la Luna. Más de la mitad de la tronera de billetes que invirtió el
gobierno en ese proyecto se evaporó como charco de agua en tórrido verano sin acercarse
a la mocha trocha ni por óptico efecto de catalejo. Una lección de Perogrullo
nos ha dejado este revolico: no siempre la verdad es la nuestra.
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