martes, 18 de diciembre de 2012

Crónicas castrenses (VIII)


 
Crónicas castrenses (VIII)
        El 30 de setiembre de 1959 el Diario de la Marina publicaba en editorial: “No basta que no haya censura antes de la publicación para afirmar que existe la libertad de prensa. La libertad de prensa está comprometida cuando se ha creado una atmósfera de coacción contra quienes tratan de expresar libremente sus opiniones, sus ideas o sus principios.” (Ver Crónicas castrenses V) A esas alturas del 1959 el acoso al periódico de la oposición (aunque poco les quedaba, todavía existían periódicos de oposición en Cuba) no se limitaba ya a las “manifestaciones espontaneas del pueblo enardecido” frente al edificio del Diario de la Marina, ni a la quema “simbólica” de algunos de sus ejemplares. Para ese triste entonces, no solo se arrebataban por la fuerza paquetes enteros a los distribuidores del Diario…, sino que además se destrozaban sus quioscos de venta y llegado el caso y la necesidad, se volcaba algún que otro vehículo de reparto. “Para que fuesen aprendiendo”, según Fidel Castro. En 1960 el Napoleón insular arremete en televisión contra Agustín Tamargo, por la fecha redactor de Bohemia y El Avance. Acostumbrado a no recibir réplicas por sus regaños, jamás imaginó que Agustín Tamargo tuviera los huevos necesarios para responderle con una carta abierta: “Lo que usted desea, comandante Castro, no son periodistas, sino fonógrafos”  Y en el mismo globo en que desapareció Matías Pérez montaron al redactor de Bohemia. Casi al mismo tiempo, Carlos Lechuga, diplomático cubano en los EE.UU, decía: “El hecho de que algunas personalidades del Movimiento respondan a ciertas críticas no significa que (en Cuba) sea infringida la libertad de prensa. Al contrario, es esta una nueva ilustración del libre juego de las opiniones, exactamente tal y como existe en los EE.UU” Y el cordelito que rompía la piñata de un tirón: "Cuando el presidente Roosevelt o el presidente Truman, por ejemplo, hablaban de tal o cual periodista en términos más bien duros, nadie lo consideraba aquí como censura” Harry Truman escribió alguna vez una carta bien áspera a un crítico musical que habló despectivamente de las cualidades “musicales” de su hija. El periodista, tranquilo y contento la recibió. Y dicha carta le granjeó una publicidad inesperada que terminó traduciéndose en enormes ventajas en su vida personal y profesional. A Agustín Tamargo, Fidel Castro lo tildó ante las cámaras de la TV Cubana de “plumífero al servicio de los criminales del Departamento de Estado”. Y ya se sabe en el globo que lo montaron después.

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