Crónicas castrenses
(VII)
Herbert Matthews se
convirtió en admirador y hasta protector de Fidel Castro al minuto siguiente de
haber terminado su entrevista con aquel a comienzos de 1957, en el campamento
del líder guerrillero en la Sierra Maestra. El 17 de febrero del propio año el
New York Times publicó la entrevista. Es uno de esos exóticos, desquiciantes
casos de estudio para la psicología, en los cuales alguien admira lo que detesta.
En el libro que Herbert Matthews escribió pocos años después, en defensa de F.C,
se deja leer lo siguiente: “Aquellos de nosotros que han estado en contacto
personal con él y que le han observado desde el principio, se han visto
inducidos a preguntarse si la famosa máxima de Lord Acton – la que dice que
todo poder tiende a corromper y que el poder absoluto corrompe absolutamente –
podría ser aplicada a Fidel. ¡Ay, ya lo creo que puede aplicársele!...Se da uno
cuenta de ello en el caso de Fidel, en la manera que ha tenido de hacerse cada
día más autocrático. Tenía sed de poder, y la sed ha aumentado bebiendo” Ante defensas
como esa, preferiría yo agarrarme a los puñetazos con cualquiera en el medio de
la calle. Y H. Matthews no se detiene ahí, ¡qué va!, faltaba el soporte teórico
sobre los rasgos de la evolución política del caudillo tropical. Dispara
Herbert: “…no conocía ni iba a conocer nunca el verdadero significado de las
palabras libertad y democracia. Solo como consecuencia del progresivo
desarrollo de los acontecimientos se ha hecho claro que mientras Fidel Castro
siga en el poder no habrá ni podrá haber democracia y libertad en Cuba” Pocas
veces en la historia humana un protector ha conocido y calibrado de manera tan
precisa a su protegido, aunque ya usted sabe, hay amores…
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