En 1960, Jean-Paul
Sartre era ya un acólito fundamentalista de lo que entonces nacía como un nuevo
canto redentor de naciones, la revolución cubana. No obstante, tonto no era el
hombre. El 12 de julio de ese año, en conversación con Sartre (recogida en Huracán sobre el azúcar) Fidel Castro
dejó claro que estaba dispuesto – en su obsesión antinorteamericana – a
sacrificar al pueblo de Cuba si con ello podía arrancarle una zancadilla a los
Estados Unidos. No le importaba, para decrilo a la manera de Leo Sauvage, cambiar su traje de rebelde libertario por otro de
sepulturero si así lograba despeinar a los EE.UU al hacerlo
tropezar con el cadáver del pueblo cubano. “¿Qué hará usted?” (le pregunta Sartre a F.C
ante la posibilidad de que los EE.UU establecieran definitivamente un embargo
económico sobre la isla) y Fidel Castro, impasible según Sartre, responde: “Si
quieren empezar con el bloqueo, nosotros no podemos impedírselo. Pero podemos
hacer que lo abandonen por la verdadera guerra, por la agresión a mano armada.
Y esto lo haremos; le respondo por ello” Semanas después, el 26 de julio, en su
“cita con la Sierra”, llegó más lejos el barbudo al declarar que su misión era
liberar la América Latina del imperialismo yanqui. Y Sartre anota: “Si los
Estados Unidos no existieran, la revolución cubana tal vez los inventaría;
ellos son los que le conservan su lozanía y originalidad”
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