viernes, 14 de diciembre de 2012

Crónicas castrenses (VI)


Crónicas castrenses (VI)

       En 1960, Jean-Paul Sartre era ya un acólito fundamentalista de lo que entonces nacía como un nuevo canto redentor de naciones, la revolución cubana. No obstante, tonto no era el hombre. El 12 de julio de ese año, en conversación con Sartre (recogida en Huracán sobre el azúcar) Fidel Castro dejó claro que estaba dispuesto – en su obsesión antinorteamericana – a sacrificar al pueblo de Cuba si con ello podía arrancarle una zancadilla a los Estados Unidos. No le importaba, para decrilo a la manera de Leo Sauvage, cambiar su traje de rebelde libertario por otro de sepulturero si así lograba despeinar a los EE.UU al hacerlo tropezar con el cadáver del pueblo cubano.  “¿Qué hará usted?” (le pregunta Sartre a F.C ante la posibilidad de que los EE.UU establecieran definitivamente un embargo económico sobre la isla) y Fidel Castro, impasible según Sartre, responde: “Si quieren empezar con el bloqueo, nosotros no podemos impedírselo. Pero podemos hacer que lo abandonen por la verdadera guerra, por la agresión a mano armada. Y esto lo haremos; le respondo por ello” Semanas después, el 26 de julio, en su “cita con la Sierra”, llegó más lejos el barbudo al declarar que su misión era liberar la América Latina del imperialismo yanqui. Y Sartre anota: “Si los Estados Unidos no existieran, la revolución cubana tal vez los inventaría; ellos son los que le conservan su lozanía y originalidad”


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