Dale Chris: tú sigues siendo the highway, tú sigues siendo the sky, tú sigues siendo la noche.
Chris Cornell murió hace una semana y ahora me entero. Preparándome para
un examen de Board estuve más de un mes de espaldas a todo, incluso dejé de
trabajar. El brinco en la silla, el “coño, no jodas!?”, cuando vi
lo que ya no era noticia, fueron la cara de la conmoción. A Chris Cornell
tuve el privilegio de verlo cantar en vivo, a escasos quizá 10 metros, en aquel
conciertazo que se bajó Audioslave en el protestódromo de Labana, en 2005. Ese concierto fue, por cierto, mi regalo de
despedida de Cuba. Chris Cornell era un tipo, y ¡coño como duele mencionarlo en
pasado!, con una voz implacable. Allá en Labana cantó sin parar
unas tres horas. No conforme con soltar el repertorio completo de Audioslave,
tiró varios temas de Soundgarden y Rage Against the Machine, y aquella voz
reventando en espacio abierto estremecía el protestódromo y el pedazo de
Malecón que le tocaba sin flaquear un decibel. ¡3 horas! Algunas grietas del
muro del malecón son la herencia de su voz aquella noche. La parte más sólida
de mi gusto musical tomó cuerpo escuchando las canciones de Chris Cornell,
tarareándolas, gozándolas como solo yo sé hacerlo. Me hice esto que puedo venerando
a ese tipo, queriéndolo. No fui a ver a Audioslave en mi última Habana, aquella
de 2005, porque soy rockero, ni por moda, ni por flotar como un corcho en la
bahía. Fui, como tantos otros, a aquel concierto que por poco me cuesta el
divorcio con la madre de mi hija (por aquel entonces mi esposa) porque tenía
que ver a aquel tipo cantando, tenía que escucharlo de propia voz, tenía que
cantar junto con él ese Be Yourself, ese Like a Stone y ese Black Hole Sun a
los que tanto debo. Habrá que acostumbrarse a mencionarte en pasado Chris Cornell, pero el suicidio no te mata: tú sigues siendo the highway, tú sigues siendo the sky, tú sigues siendo la noche.
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