Escribir como si ya estuvieras muerto.
Digo yo que otorgarle a alguien un premio literario no implica
necesariamente la obligación de aceptar ese criterio de jurado como si fuera una
verdad como una casa. El caso es que será que uno ha ido por la vida leyendo y
leyendo y sobre la ruta ha formado un criterio estético quizá no tan sólido
como afín a sí mismo, o será que no me regocijan las traducciones, o será que
no llega mí sensibilidad a la altura de Transtromer, o que simplemente para
gustos los colores, lo cierto es que no me parece la poesía del sueco, no
digamos ya a la altura del honor “nobelero” que se le concede, sino incluso a
otras de menos vértigo. Para no ir lejos y mencionar al azar, los cubanos
Eliseo Diego y José Lezama Lima, los españoles José Hierro y Leopoldo María
Panero, los norteamericanos Ezra Pound y Robert Frost, me parecen poetas muy
superiores al nórdico aun cuando fueron ignorados soberanamente por la academia
sueca. Leía incluso hace un par de días unos textos del cubano Rolando
Sánchez Mejías (aún en el reparto de las minorías) que me parecieron, por una
milla larga, superiores a todo lo que he leído del nórdico. ¿Dónde está la
fórmula sensible, el asidero estético – no solo verificable sino además de
magnitudes ultra – que justifica ese pedestal de hormigón armado donde han
colocado, entre otros, a Tomas Transtromer? En realidad no hay respuesta y poco
importa porque, para decirlo como Gombrowicz: uno debe escribir como si ya
estuviera muerto. ¿Llegó Transtromer a tanto?
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