Ocaso, un documental
de Ulises Hernández Expósito sobre la cara fea (¿hay otra?) de la realidad, de la vida en
San José de las Lajas, un pueblo cubano, cualquier pueblo cubano. Un documental con arreboles de
pantalla cotidiana, sin celuloide pero trunca, porque una de las historias que nos cuenta – la de la
muchacha drogadicta – se apega más al teleplay,
al teatro, y menos a lo ordinario. Y es una lástima, porque tan digna es la
crónica del resto de los “personajes” que, más allá del parentesco visual, sonoro,
de criterio, con la habanera suite de Fernando Pérez, si no conmueve por lo
menos inquieta. El parlamento de Ulises y esa estampa medio onírica al comienzo
del mediometraje, creo que nada aportó a la película; pero esta se recompone
sobre la marcha, se equilibra y finalmente, ella misma se recompensa. Y si bien
es cierto que tuvo un soporte digamos paterno, aquel que legó Fernando Pérez,
el asidero en algún punto se fractura para (aunque parezca atrevido decir esto)
rebasarlo. Y ahí están para demostrarlo esos desnudos, más que humanos, casi
pictóricos dentro del drama en que se insertan. Por lo demás, lo único que, se
me ocurre, explica la presencia a toda costa del relato de la drogadicta, aun
sabiendo Ulises – como supongo notaría – que cojeaba por manierista, es el
empeño por mostrar el asunto. Pudo haber trocado ese tema por otros también en
llagas allí: la prostitución, el proxenetismo, la ambivalencia moral. Al menos
en las dos primeras ronchas, “personajes” para asumir la tarea no faltarían. Y
si el empeño en contar la tragedia de la toxicómana era inamovible, pudo haber trocado
una actriz por otra, por otro. De todas formas, la secuela del trabajo es de
una dignidad evidente, y eso es lo que cuenta.
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