Antípodas.
El Adagio para cuerdas de Samuel Barber clasifica entre las piezas más
tristes de la música clásica. Fue el tema que acompañó, en 1945, el anuncio
radial del fallecimiento de Franklin D. Roosevelt. Y es el trasfondo en tono de
gemido que se impregna usualmente a las imágenes de los atentados terroristas
del 9/11. Sobrecoge tanta amargura, pero también conmueve por la impecable
factura de estilete sonoro y es que, deduzco, era esa justamente la intención
de Barber: herirnos. En las antípodas del Adagio para cuerdas de S.B; sonríe el
4to acto de la Obertura Guillermo Tell
de Gioachino Rossini, última de sus Óperas. Un canto a la desmesura,
una avalancha del frenesí, un ordenado desconcierto sonoro que dispara los deseos de lanzarnos en estampida hacía cualquier lugar porque en ese
último paso de la Obertura lo que cuenta es el impulso, las ganas, porque el propósito no es otro que multiplicar los motivos por los que vivir. El
llanero solitario no me dejará mentir.
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