jueves, 1 de noviembre de 2012

Dos momentos de Rayuela.


 
Dos momentos de Rayuela.
       Hay dos momentos en la novela Rayuela en los que Julio Cortázar se luce con sendos golpes de efecto para noquear al lector. La muerte de Rocamadour, el hijo de la Maga, y la contienda verbal entre Oliveira y Traveler, con Talita, la mujer del segundo, encaramada en unas tablas entre dos ventanas, sobre un abismo. En el capítulo donde muere Rocamadour, uno tras otro, en orden de aparición, se van enterando los personajes de la desgracia, todos menos la Maga, que ajena al hecho se mantiene trajinando dentro de la casa, con el niño – dormido para ella – ya muerto en la habitación. Y al lector lo secuestra Cortázar para convertirlo en testigo y por tanto cómplice del velado suceso, en un personaje más, quizá el que más sufre la muerte de Rocamadour, sin duda el único que desespera por no poder dar el aviso a la Maga ante la filosófica y cínica parsimonia de presentes. En el fragmento, relativamente extenso, de Talita sobre las tablas, mueve el escritor de tal manera los maderos y la narración que parece encauzada la escena hacia un fátum donde no puede esperarse otra cosa que no sea lo peor. Y sin embargo Talita no cae al vacio. No puede ser mayor la tensión en esos dos momentos de la novela, y no obstante, no utiliza Cortázar una sola sentencia tremendista. Es un maestro de la mesura y la contención del desborde emocional que el mismo ha provocado.

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