De cobardes, prohombres
y otra mierdas.
Algo dije ya sobre la
subrepticia cobardía que me abriga y convierte en rehén de lo que no comparto:
la dictadura cubana. Pero si lo pienso doble, no es mi cobardía mayor que la de
otros. Es una pendejada irónica, eso sí, pues he tenido valor para loqueras que
quizá la mitad más uno de los sapiens no haría, y enumero: 1. jugármela con
carta de invitación falsa para lograr permiso de salida de Cuba, 2. atravesar
media América Latina, más solo que perro viejo, sin un quilo y con pasaporte,
para variar, falso también, burlando en la estampida no solo controles
fronterizos terrestres, sino incluso controles de aeropuertos (Brasil/Panamá), 3.
en Cuba, al garete, sin pertenecer a grupo antigubernamental alguno, conocido o
por conocer, injuriar a la policía,
gritar Abajo Fidel en medio de la calle y después soportar no solo los garrotazos
sobre mi espalda, sino además, 4. cubrir con este cuerpo – entonces más frágil
que ahora – otro cuerpo que soportaba golpiza más cruda que la mía pues recibía
los golpes en la cabeza. Claro que no era cualquier tipo aquel al que también
maceraban, era un hermano de esos que no dará la sangre porque se lo dará la
vida a quien suerte de la buena le acompañe. Para mantener la tendencia a fatal
fidelidad onomástica, diremos que cumplía yo 26 años ese día. La cobardía de la
que hablo es algo difícil de entender para quienes no nacieron donde yo. Es temor
a no poder reencontrarme allá de vez en cuando con mis padres si levanto aquí
la voz demasiado alto en contra de aquel engendro que detesto. Y sé que ese
temor me troca en cómplice de la barbarie castrista. Pero el password del asunto es que para mí, mis
padres están por encima de cualquier otra causa por muy digna, altruista o
sublime que se presente. De cualquier manera, siempre es tarea fácil promover sublevación
en Cuba cuando, para decirlo en cubano, el que empuja no se da golpe. Y es de un
perfil ético menos que nulo hacerlo, cuando quien promueve la rebelión incapaz
fue de levantar no digamos la voz, ni siquiera un peo en contra de la dictadura
mientras en la ínsula hasta los huesos se amedrentó. Si entre los cubanos que viven en foránea orilla hay algún que otro kamikaze que su familia sacrificó en la contienda contra La Habana, solo el paso de las estaciones definirá si la batalla lo convertirá en prohombre o en el rostro que apenas justifica la razón de ser de un
portarretratos colocado sobre una mesita de noche, en la sala de aquellos que, por mucha filosofía que quiera meterle al tema, a su suerte abandonó.
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