Nicaragua: evidencias de
asentamientos del paleolítico superior.
Hace cinco años leí el alegato en contra de
Daniel Ortega, escrito por la hija del mascarón de proa (Rosario Murillo) que
cual ariete corta las aguas del Lago Nicaragua como espolón de la yagua que
sostiene sobre las aguas a su esposo. Zoilamérica Narváez, que así se llama la hija
de Rosario, acusaba a Daniel Ortega de violación y acoso sexual. En su
compendio de horrores relata Narváez los abusos que desde niña practicó aquel contra
ella. Por tanto, pensaba yo que el presidente del singular paraje tenía cuentas
pendientes con la justicia pinolera. Pensaba yo, ingenuo, antes de ver en
reportajes y escuchar por estos lares el testimonio de jóvenes mujeres
nicaragüenses. Ahora constato que, al menos en esa comarca, nada debe el
hombrete. Es tan común allí la violencia de género como una gasolinera en
cualquier esquina del universo. Entre las nicas que he conocido, a la que mejor
trataron en el vecino país, recibió siete golpizas en 4 años, perdió dos muelas
en la contienda y le quebraron el dedo meñique de la mano izquierda. Cuando
transcurran las 24 horas de este día, en aquel país, una de cada tres mujeres
(33.33%) habrá sido víctima de ese tipo de maltrato, y el 90% de las damas y
señoritas que viven en la otra ribera del río San Juan, en algún momento de sus
vidas han sido o serán el trapo rojo que embiste una bestia humana. ¡90%! La
policía, la fiscalía con sus jueces más mundanos que soberanos y las
instituciones, casi a coro, aceptan ese patriarcado machista, violento, como
tema más que polémico o vergonzoso, cultural y costumbrista. Con semejantes
guarismos y alcabalas el señor presidente de Nicaragua no puede ser acusado de
algo que allí para nadie es delito. Daniel Ortega – ícono irreductible de la
piragua que gobierna – solo ha hecho lo que folclóricamente le corresponde. No
se puede acusar a un sapiens por macerar
con un hacha de piedra el cráneo de un alce. Para aspirar a que su demanda
cumpla al menos los requisitos de la súplica, Zoilamérica Narváez deberá
esperar a que Nicaragua traspase el umbral del paleolítico.
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