Amores de puerto y otros
motivos de peregrinación.
Cuando en 1776 (4 de
julio) en Filadelfia, Pensilvania, se reunían 56 integrantes del Congreso
Continental para darle el espaldarazo a la Declaración de Independencia de los
Estados Unidos de América, escrita un mes antes – en su cuerpo más gordo (el de
la Constitución, no el del amanuense) – por Thomas Jefferson, no solo estaba por
llegar lo mejor de la trifulca contra los británicos, sino que también en lista
de espera estaba (y estaría otros 70 años) el más romántico, espectacular y crudo
episodio que podría rodarse en la ribera oeste del continente americano. Ese
mismo año, 1776, con un adelanto de 5 días (29 de junio), en la costa pacífica
de Norteamérica los españoles establecían en las cercanías de la laguna
Nuestra Señora de los Dolores (nunca se aclaró si la pena
corporal de la doña era en los callos o en los juanetes) la Misión San
Francisco de Asís, o Misión Dolores (¿?) Y para honrar el nombre del océano que
allí costa lamía (y lame) no fueron pocos los hachazos, sablazos y disparos de fusilería
que a manera de salutación sin optimismo intercambiaron ohlones y peninsulares. Pero esa historia merece novela escrita. El
caso es que después de eso, y mientras la niebla cubría espacios en la bahía de
San Francisco, en la otra costa oceánica hoy yanqui pasó un lapso – es para dar idea
– de 7 años de beligerancia contra Inglaterra, pasó otra contienda breve contra
la Gran Bretaña ya en la 2da década del s. XIX, pasaron otros 40 años de laudatorio
despegue nacional (Luisiana, Arizona, Nuevo México, California, Nevada, Utah,
bla, bla, bla poco a poco fueron grabando las 5 puntas de su estrellita en la U.S flag, y como dato aleatorio apunto
que los EE.UU es el único país que ha pagado con generosas sumas de dinero
territorios que ya tenía bajo su control…estudiar guerra vs México), pasó un
pájaro por el mar y solo cuando corrió, como pólvora que traza un hilo de
Ariadna hasta fortín enemigo, el grito de gold!
en el far west, despertó el interés por el lejano oeste. Para ese entonces, 1848,
todavía San Francisco no rebasaba los 1000 habitantes. Era un caserío de mala
muerte cuando ya en la costa este y en el arco de los Grandes Lagos alguna que otra
ciudad llegaba a las 100 000 almas. Pero en apenas un año San Francisco
pasó de 1000 zombies a 25 000 habitantes. En 1849 era tal la fiebre del oro que
los barcos llegaban a la ciudad californiana y las tripulaciones desertaban en
masa para internarse rápidamente en tierra firme con intenciones de soterrarse.
La bahía de San Francisco se convirtió en el único cementerio de barcos todavía
útiles y dispuestos a encontrar el amor en atracadero más sociable. En los más
de 150 años que se escurrieron de allá hasta aquí, la villa pasó de emporio de
aventureros, delincuentes, prostitutas y libertinos a meca del arte, el
liberalismo mental, el eclecticismo arquitectónico y la prosperidad económica.
Hasta el beisbol ha crecido allí: ahora mismo están a un paso de barrer con los
Tigres de Detroit y llevarse la segunda Serie Mundial en 3 años. Y si esto
sucede, el asunto ya no será colocar a San Francisco en la guía turística o
señalarla con el dedo sobre el mapa que indica la trayectoria del próximo viaje.
El asunto ahora será poner a esta ciudad en el mapa de las peregrinaciones.
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