domingo, 28 de octubre de 2012

Amores de puerto y otros motivos de peregrinación



 
Amores de puerto y otros motivos de peregrinación.
        Cuando en 1776 (4 de julio) en Filadelfia, Pensilvania, se reunían 56 integrantes del Congreso Continental para darle el espaldarazo a la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, escrita un mes antes – en su cuerpo más gordo (el de la Constitución, no el del amanuense) – por Thomas Jefferson, no solo estaba por llegar lo mejor de la trifulca contra los británicos, sino que también en lista de espera estaba (y estaría otros 70 años) el más romántico, espectacular y crudo episodio que podría rodarse en la ribera oeste del continente americano. Ese mismo año, 1776, con un adelanto de 5 días (29 de junio), en la costa pacífica de Norteamérica los españoles establecían en las cercanías de la laguna Nuestra Señora de los Dolores (nunca se aclaró si la pena corporal de la doña era en los callos o en los juanetes) la Misión San Francisco de Asís, o Misión Dolores (¿?) Y para honrar el nombre del océano que allí costa lamía (y lame) no fueron pocos los hachazos, sablazos y disparos de fusilería que a manera de salutación sin optimismo intercambiaron ohlones y peninsulares. Pero esa historia merece novela escrita. El caso es que después de eso, y mientras la niebla cubría espacios en la bahía de San Francisco, en la otra costa oceánica hoy yanqui pasó un lapso – es para dar idea – de 7 años de beligerancia contra Inglaterra, pasó otra contienda breve contra la Gran Bretaña ya en la 2da década del s. XIX, pasaron otros 40 años de laudatorio despegue nacional (Luisiana, Arizona, Nuevo México, California, Nevada, Utah, bla, bla, bla poco a poco fueron grabando las 5 puntas de su estrellita en la U.S flag, y como dato aleatorio apunto que los EE.UU es el único país que ha pagado con generosas sumas de dinero territorios que ya tenía bajo su control…estudiar guerra vs México), pasó un pájaro por el mar y solo cuando corrió, como pólvora que traza un hilo de Ariadna hasta fortín enemigo, el grito de gold! en el far west, despertó el interés por el lejano oeste. Para ese entonces, 1848, todavía San Francisco no rebasaba los 1000 habitantes. Era un caserío de mala muerte cuando ya en la costa este y en el arco de los Grandes Lagos alguna que otra ciudad llegaba a las 100 000 almas. Pero en apenas un año San Francisco pasó de 1000 zombies a 25 000 habitantes. En 1849 era tal la fiebre del oro que los barcos llegaban a la ciudad californiana y las tripulaciones desertaban en masa para internarse rápidamente en tierra firme con intenciones de soterrarse. La bahía de San Francisco se convirtió en el único cementerio de barcos todavía útiles y dispuestos a encontrar el amor en atracadero más sociable. En los más de 150 años que se escurrieron de allá hasta aquí, la villa pasó de emporio de aventureros, delincuentes, prostitutas y libertinos a meca del arte, el liberalismo mental, el eclecticismo arquitectónico y la prosperidad económica. Hasta el beisbol ha crecido allí: ahora mismo están a un paso de barrer con los Tigres de Detroit y llevarse la segunda Serie Mundial en 3 años. Y si esto sucede, el asunto ya no será colocar a San Francisco en la guía turística o señalarla con el dedo sobre el mapa que indica la trayectoria del próximo viaje. El asunto ahora será poner a esta ciudad en el mapa de las peregrinaciones.

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