martes, 11 de octubre de 2011


Del beisbol y sus límites.


Roy Halladay y Chris Carpenter tiraron un poema de serpentinas para el home plate el pasado viernes siete de octubre en el quinto juego por el pase a la final de la Liga Nacional de las Grandes Ligas de beisbol. Ambos pitchers se enredaron en memorable colgadera de ceros justo en el juego más tenso de la campaña para ambos equipos. Triple del dominicano Rafael Furcal y doble de Skip Schumaker en el inicio del primer inning de la contienda, y después de eso a recoger los bates, se acabó la fiesta. 1 x 0 ganaron los Cardenales y los Filis no lo podían creer. Fue para mí el mejor juego de la temporada. Ni siquiera el último partido de la campaña regular entre los Yanquis de Nueva York y las Rayas de la Bahía de Tampa tuvo la carga emotiva de este juegazo, aunque aquel también lo fue y por cierto, a cualquiera que padezca algún tipo de complejo o síntoma de inferioridad derivado de imponderables como unos dientes demasiado grandes, mal aliento, un pene pequeño, exceso de nariz, brazos demasiado largos o lo que sea, lo invito a colgar los guantes con el sicólogo y sentarse a ver los juegos de pelota de los muchachos de Tampa Bay Rays para que mejore su síquica desmejora con la terapia beisbolera que ofrecen los peloteros floridanos. Entre dos jugadores, Alex Rodríguez y Mark Teixeira, tercera y primera base de los Mulos del Bronx, se concentra una cantidad de billetes verdes superior a la que concentra la nómina completa de los peloteros de Tampa, y sin embargo llegaron estos tan lejos en la pelea como llegaron aquellos multimillonarios. Pero volvamos al juego de San Luis contra Filadelfia. Que Roy Halladay tirara un juegazo no es noticia porque el año pasado, abriendo post-temporada, tiró un no hit no run que dejó a la concurrencia con la baba colgando. Y este año aportó bastante para los Filis. Pero que Chris Carpenter ya acercándose a los cuarenta años y con record impreciso de once y nueve en la etapa regular tirara esa antología de pelotas para el plato es algo que no esperaba nadie. Recital de tres hits y cero carreras en juego completo sobre la loma de los lamentos, trastocada esa noche en trono para el pitcher de los Cardenales. La tensión que se vivió durante ese juego es comparable a la escena del cuchillo alegre tasajeando planos fílmicos en una ducha que inmortalizó a Alfred Hitchcock. De la Psicosis cinematográfica a la psicosis de victoria infecunda y los delirios que en el sueño experimentaron los fanáticos del Citizens Bank Park por el parón que le dio Carpenter a sus mimados Filis en el juego más importante de la campaña. La pelota es redonda y viene en caja cuadrada: los designios beisboleros son inescrutables. Y el beisbol, la pelota, sigue siendo el deporte más bello, con ciertos límites, los que le ponga la expansión del Universo.

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