Honrar, honra. (1)
Con indecente frecuencia algún que otro párvulo entre aquellos que comparten aula con mi hija, ha lanzado la frase, ya cliché entre algunos muchachos de su grupo: cubana culo de banana. No converses con esta cubana culo de banana, fue la última de las bondades bucales que pronunció uno de los ¿compañeros? de aula de mi hija, y la niña que conversaba con mi Lore cortó la charla y se marchó. Profe, ¿¡verdad que Cuba es una mierda?!, fue otro eructo que llegó, esta vez sin intermediario, a mis oídos. Hace unos 6 meses alguien cercano a mí, cubano para más señas, y de paso por estos lares, me dijo unas palabras que todavía me resisto a sentenciar como lapidarias: “ Este es un país de indios equivocados”. No ha sido esgrimiendo la ignorancia, el racismo, la intolerancia y la xenofobia que se han hecho grandes los pueblos que se han hecho grandes (Alemania y la ex Yugoslavia – entre otros – como líderes entre los botones de muestra del S.XX). Y aunque agradezco a Costa Rica, a algunos de sus hijos y a sus instituciones, las muestras de amistad y el gesto de permitirme rehacer vida en tierra ajena, no creo que la ruta mental por la que discurre la nación los – nos – lleve a otras cimas que no sean las topográficas que por aquí abundan. Incluso con un cerebro grupal mediocre, con una estructura económica bien conectada al entorno global, a cualquier país le basta para mantenerse a flote, y hasta para mostrar síntomas de bonanza y progreso. Pero no alcanza con eso para incorporarse a la carretera del auténtico desarrollo. Es el caso de Costa Rica. Tampoco se puede llegar lejos cuando la perspectiva es pueblerina y el canon a seguir es puro y duro conservadurismo, introversión, recelo y desconocimiento garrafal de la historia propia y ajena. También es el caso de Costa Rica. Cuba, como raíz antropológica, como historia, como pueblo y cultura, no es una mierda. Mi hija no tiene porque soportar semejante ofensa.