Orlando Zapata Tamayo en la prensa de Costa Rica.
Hace varios días murió en Cuba, asesinado a paso lento, Orlando Zapata Tamayo. 42 años de un encierro – unas veces delante de las rejas, otras detrás – que termina en desenlace brutal. He leído profusamente sobre el tema en la prensa internacional y he recalado también en algunos lúcidos artículos y comentarios que varios compatriotas en la diáspora publicaron, y aún publican, en sus bitácoras personales sobre dicho asunto. Me sumo al grito de condena al régimen dictatorial que desde La Habana, una vez más, se atreve a lanzar zarpazos de bestia prehistórica contra un ser humano del siglo XXI. Los periódicos impresos y digitales de Costa Rica, rara avis-ejemplos de transparencia y apego a la libertad de expresión en una región que tristemente asume una postura de complicidad con los dictadores cubanos de turno, han publicado excelentes artículos, y hasta editoriales, en los que sin demasiado esfuerzo, pero con sólido espíritu cívico, dejan al desnudo las repugnantes entrañas del ya cincuentenario engendro político de Fidel Castro y sus secuaces. Aquí les dejo con tres de esos artículos.
Un muerto... y ¿después?
Habrá Cuba después de Castro, y habrá que contar con los disidentes de ayer
Jean-François Julliard-Benoît Hervieu.
Jean-François Julliard es secretario general de Reporteros sin Fronteras.
Benoît Hervieu es funcionario del despacho de las Américas de Reporteros sin Fronteras.
1ro de marzo de 2010
Orlando Zapata Tamayo tenía 42 años. Miembro del Directorio Democrático Cubano, una organización civil ilegal, fue arrestado en el 2003 y condenado por “desorden público”. En protesta por las condiciones de su detención, estaba en huelga de hambre desde hacía 80 días; murió el 23 de febrero de 2010.
Orlando Zapata Tamayo fue encarcelado el mismo año que el “grupo de los 75”, número de disidentes, periodistas y activistas en favor de la democracia y de los derechos humanos arrestados en una ola de represión conocida como “Primavera negra”. Nuestro corresponsal, Ricardo González Alfonso, es uno de los 19 periodistas, aún en prisión, que fueron detenidos en esta época.
Un muerto y 200 prisioneros políticos. La voluntad de apertura de Raúl Castro al comienzo de la sucesión dinástica fue bien anunciada. Los acercamientos diplomáticos, la firma de dos pactos de la ONU sobre los derechos civiles y políticos, el levantamiento de las sanciones políticas de la Unión Europea, el retorno al diálogo con Washington tras la investidura de Barack Obama, los signos parecían prometedores tras años de política de aislamiento encarnada por un embargo absurdo, injusto para los cubanos, pero útil para el régimen.
Mientras que las autoridades de La Habana se movilizan al máximo por cinco de sus funcionarios detenidos en Estados Unidos, tras haberles olvidado durante nueve años, los prisioneros de la Isla esperan' o mueren. Unos bajo el merecido título de “héroes”; otros, bajo el oprobio de “contrarrevolucionarios”. Así, una tiranía agonizante que precipita su caída sin honor. Primer y no único escándalo.
Escandaloso silencio. El otro escándalo es el silencio, de la complacencia. Más grave aún: aquellos mismos que combatían la dictadura en su país, no encuentran aparentemente nada que decir sobre lo que le pasa a Cuba desde hace 50 años.
En Cancún, México, América Latina intentó establecer una organización interregional más allá de la tutela de Estados Unidos que tanto mal le ha hecho. Es afortunado y deseable, la democracia latinoamericana avanza en la búsqueda de una unidad, toma cuerpo en una verdadera alternancia electoral, la reconquista de recursos largo tiempo usurpados, pero también el examen de un pasado doloroso.
En Argentina, Bolivia, Uruguay, incluso en Brasil, encontramos archivos de otras épocas dictatoriales. En dondequiera se condena el golpe de Estado en Honduras, su legalización por un sufragio dudoso, la represión desatada contra los periodistas de oposición y los defensores de los derechos humanos. Ahora, a este grupo de países latinos, Cuba se suma sin rendir cuentas. Peor aún, nadie se las reclama.
La democracia marca ciertas pautas, pero una curiosa excepción dispensa a Cuba de ellos. Lo dirigentes cubanos tomaron el poder por la fuerza, nunca fueron elegidos. Cierto, derrocaron una dictadura y dieron a luz una “revolución”. La palabra es un argumento y parece bastarse a sí misma. Por otra parte, América Latina, donde se celebran ahora revoluciones por las urnas y las libertades fundamentales se adquieren integralmente, la contradicción es evidente, pero el símbolo cubano impone no decir nada. Nada de los prisioneros políticos. Nada de la represión contra las opiniones disidentes o una información plural. Nada de las prohibiciones de salir del territorio.
Hipocresías. Sindicalista y víctima de los militares en el pasado, el presidente brasileño Lula, ¿no tiene realmente nada que decir cuando un opositor cubano muere en prisión? Él podría. Debería. Pero en Cuba, tratándose de la “revolución”, se prohíben todas las injerencias y se autorizan todas las hipocresías.
La liturgia del régimen hace el resto. Criticar al Estado cubano y su funcionamiento es insultar al país y se convierte en una maniobra emprendida por Estados Unidos. Denunciar la encarcelación de Ricardo González Alfonso o la muerte de Orlando Zapata Tamayo, es defender a “un mercenario del imperio” que quería reescribir la historia de Bahía de Cochinos.
Otorgar el prestigioso premio español Ortega y Gasset, a la bloguera cubana Yoani Sánchez, es urdir un complot motivado por la nostalgia colonial. Preguntar cuándo los cubanos podrán al fin elegir a sus dirigentes, es olvidar que Gran Bretaña y Suecia son monarquías. Irrisoria mala fe de un régimen que no puede más que insultar para defenderse o invertir el estigma para reivindicarse.
Un régimen a veces atacado de mala manera y defendido por malas razones. Víctima de esos mismos que creían conjurar el fin. Como si el país debiera desaparecer al mismo tiempo que su actual Consejo de Estado. Pero la evidencia está allí. Habrá Cuba después de Castro, y habrá que contar con los disidentes de ayer. El país rendirá el homenaje que merece a Orlando Zapata Tamayo.
El Individuo contra el Estado
La muerte de Orlando Zapata fue el recurso extremo con que el débil se enfrenta al fuerte
Ivo Hernández Politólogo. 1ro de marzo de 2010
Toda la ciencia política contemporánea, todo el derecho, todo el avance de la democracia se basa en una premisa radical: la protección de los derechos del más débil. Claramente, entre la musculatura de un Estado, y un individuo, media una distancia abismal de resortes de poder que puede ejercer uno para aplastar al otro.
Cuando esto no sucede, es porque el sistema es una democracia que procura proteger a sus ciudadanos. Y hablamos de velar por todos y cada uno, sin mirar diferencias ni tendencias. El Gobierno podrá ser de una u otra ideología, pero el Estado es el contrato de todos.
El pasado 23 de febrero, fallecía en un hospital de La Habana un obrero llamado Orlando Zapata Tamayo. Murió como resultado de una huelga de hambre, luego de pasar más de dos meses sin ingerir alimento. Su deceso, uno más, fue el recurso extremo con que el débil se enfrenta al fuerte: la mayor de las protestas cuando se subyuga desde el Estado toda dignidad y todo derecho individual. Se apela entonces a renunciar a la propia existencia. Allí, en esa frontera que trasciende lo físico hacia lo moral, el poder de los opresores no puede nada salvo utilizar el insulto y el descrédito. En el desvencijado totalitarismo cubano eso es pan cotidiano. Pero el fuelle de la maquina pierde aliento rápidamente. Ya no puede justificar una dominación salvaje contra 11 millones de seres para que una minoría haga todos los negocios y se llene de dinero.
Zapata había sido sentenciado por un cargo absurdo en el mundo democrático, fraguado a la sombra de la justicia vertical. Una imputación que no tolera jurisprudencia más que la de magistrados amaestrados y dóciles al poder: se le acusó de desobediencia y de despreciar la figura de Fidel Castro.
Sentenciado a cumplir tres años por ese “delito”, la pena comenzó a aumentar en la medida en que se resistía a las vejaciones orgánicas de las cárceles cubanas.
Cárceles donde se supone que las cosas suceden, porque en verdad, nadie del mundo exterior sabe nada sobre ellas.
Al final, cansado de ser un objeto para el sistema y sin el respeto de una vida como tal, renunció a la propia existencia.
Sus captores, con esa sangre fría que será parte del horror que el mundo conocerá como la “represión cubana” cuando desaparezcan los hermanos Castro, le vieron languidecer lentamente, desvaneciéndose hacia la tierra que le engendró.
En Venezuela. En Venezuela, otro hombre sostuvo una lucha de este tenor con una huelga que le llevo a la caquexia. Sus tierras y empleo habían sido expropiados sin pago por un alcalde oficialista quien, apoyado por la administración de turno, tomó lo ajeno. En adelante, comenzó una sucesión de exabruptos jurídicos que nadie ha querido ver.
Pero allí la pseudoizquierda gobernante, no tan gastada como el castrismo, actuó astutamente raptándole de noche para llevarle un hospital militar contra su voluntad y alimentarle a la fuerza. Por cierto: vale aclarar que la huelga de hambre sucedía a las puertas de las oficinas de la OEA en Caracas, pero esto actualmente significa bien poco.
Interesante fue ver cómo en horas, la Fiscal General ya tenía un dictamen de locura preparado. Es la perfecta supresión, física y mental, del individuo.
Recapitulemos con el caso cubano: un preso, por el hecho mismo de estar privado de libertad, se encuentra bajo la total responsabilidad de Estado. Este debe velar porque cumpla su pena y no ajusticiarlo en la obediencia de un grupo de poder.
Casualmente, Zapata murió pocas horas antes que llegara el presidente de Brasil a congraciarse con los hermanos Castro. La agenda oficial es típica de turismo de pseudoizquierda. Esto implica la foto histórica con Mickey Mouse, decir que está saludable y dejar algo de limosna en el cepillo.
Apena saber que este mandatario estuvo también preso alguna vez por una dictadura, pero ya eso se le olvidó. Ese relato quedó para épicas cinematográficas infortunadas.
Evidentemente, Lula no es Cardoso. La democracia para uno fue más importante que las solidaridades automáticas.
EDITORIAL
Crimen de lesa humanidad
La muerte de un prisionero de conciencia cubano revela la abyección del régimen
A dos años de asumir el poder, Raúl Castro ratifica su apego al totalitarismo
28 de febrero de 2010.El dictador cubano Raúl Castro acaba de celebrar sus dos primeros años como dueño supremo del poder, en el que fue impuesto el 24 de febrero del 2008, con un acto que refleja con crudeza la extrema perversidad del régimen: un crimen de lesa humanidad.
Tras 86 días en huelga de hambre, el prisionero político Orlando Zapata Tamayo, de 42 años, murió el pasado martes por una razón tan simple como inhumana: la falta de oportuna atención médica por parte de sus carceleros. Se trató de un acto de deliberada negligencia, que solo fue posible por la cruel frialdad de los custodios y por la activa complicidad de las más elevadas instancias del régimen castrista.
Como dijo su madre, Reina Tamayo, se trata de “una muerte por asesinato premeditado”. Es, además, la culminación de una tragedia personal que simboliza, con concentrada brutalidad, la insensible y primitiva naturaleza de la dictadura de los hermanos Castro y su ensañamiento contra quienes tratan de expresarse libremente, defender sus derechos políticos o actuar con independencia.
Orlando Zapata era un simple albañil afrodescendiente del poblado de Banes, en la provincia de Holguín, al oriente de Cuba. Nacido bajo el régimen, no le fue difícil percatarse de su cruel y limitante naturaleza. Por ello, se convirtió en activista de los derechos humanos. En abril del 2003, durante la llamada “primavera negra” en la Isla, fue detenido junto a otros 70 disidentes, por el simple hecho de promover mayores libertades individuales.
En diciembre de ese mismo año, fue condenado sumariamente, y sin derecho a real defensa, a tres años de cárcel. Se convirtió entonces en uno de los 55 cubanos reconocidos por Aministía Internacional, organización defensora de los derechos humanos, como “prisioneros de conciencia”. Recluido en el tristemente célebre penal Combinado del Este, Zapata sufrió todo género de vejaciones. Su actitud digna y su rechazo de las incesantes presiones por quebrar su voluntad, le valieron una cadena de cargos adicionales, entre ellos “falta de respeto”, “desorden público”, “desobediencia”, “resistencia” y “disturbios en el establecimiento penal”. Al cabo del tiempo, la pena de prisión se elevó a 36 años.
Enfrentado a una crueldad creciente, encerrado en una aislada celda de máxima seguridad y sin ninguna esperanza, Zapata optó por rechazar cualquier alimentación mientras no cambiaran esas condiciones. La respuesta oficial fue mayor severidad. Cuando ya había entrado en un proceso de deterioro irreversible, fue trasladado al hospital de la prisión; luego, a otro en La Habana, donde murió.
En unas declaraciones que no fueron hechas públicas en la Isla, y que revelan su cinismo ante el crimen, Raúl Castro dijo “lamentarlo”, pero rechazó cualquier responsabilidad y culpó al Gobierno de los Estados Unidos, por su presunta negativa a “convivir en paz” con la dictadura cubana. El clímax de la hipocresía.
A la muerte siguió una oleada represiva en diversos lugares del país, para evitar la movilización de disidentes al sepelio de Zapata, que se realizó el jueves, a las 7 a. m., en Banes, bajo estricto control policial. Es decir, el Estado totalitario al máximo de su despliegue, junto a un absoluto silencio oficial en la Isla, con el propósito de mantener a la población ignorante sobre los hechos.
Al menos, la reacción internacional no se ha hecho esperar. Aparte de las más respetadas organizaciones independientes defensoras de los derechos humanos, como Amnistía Internacional, la Unión Europea, Francia, España, Estados Unidos y personalidades de diversa índole, se han unido en una clara condena.
Los grandes ausentes en la condena han sido los Gobiernos latinoamericanos, los cuales, tras proclamar en Cancún, el mismo día en que moría Zapata, la “solidaridad” hemisférica, no la han hecho realidad frente a este crimen. Peor aún, para verguenza propia y de su pueblo, un día después el presidente de Brasil, Lula da Silva, se abrazó en La Habana con ambos hermanos Castro. Luego, simplemente, “lamentó” (no condenó) el hecho.
Tal actitud de oportunista complicidad, sin duda, genera enojo y frustración. Sin embargo, también refuerza el carácter de Orlando Zapata Tamayo como un símbolo de dignidad cubana y latinoamericana frente a la dictadura, el oportunismo y la doble moral. Su inspiración, sin duda, será un acicate para quienes luchan por la democracia y los derechos humanos en Cuba.
El clamor, ahora, debe ser por la liberación de todos los presos políticos y por la apertura democrática.
Estamos con Orlando, ahora y siempre...
ResponderEliminarpq no hay distancias, Michelle,
cuando los anhelos son los mismos,
y el corazón es uno solo!
Abrazos y Esperanza, compañero!
Male
Echale un vistazo a este video de Carli, de aqui de Houston, joven cubano, le compuso una canción a Orlando Zapata y esta teniendo miles de visitantes en youtube:
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=OaxfdOZqlo4
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ResponderEliminarSi ya te has hecho eco de la campaña, ¡gracias ante todo! Si quieres hacer más, te invitamos a poner en tu blog nuestro logo. Lo puedes encontrar aquí: http://orlandozapatatamayo.blogspot.com/2010/03/
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