Six
pack.
En cuanto asoma el día – porque hoy descanso toca en el Porfirio´s
Restaurant – así, a lo decimonónico, a lo trágico, te dices: me voy a la costa
con un six pack. Solo,
porque llevarla no puedes a hacerte talco la psique en este día sin sombras,
con esos nubarrones casi pétreos, made in
para ti. Y allá te veo, con el culo cosechando
callos sobre la roca, el sombrero hasta las cejas para que el viento no lo
arrastre, la camisa un papalote. Y destapas la primera cerveza, medio vacua la
mollera, y a la segunda, coño, mi hija, y que lejos está. Pero venga otra
Corona fría, que se corta con los tijeretazos del aire. Y tú que si me agarra
la policía esto va a ser cagarse y no ver la mierda. No importa, de todas
formas la mierda nunca se ve, se esconde. Hasta la mierda que no se defeca se
esconde. Allá el que tenga mierda que esconder. Y te acuestas sobre la piedra,
y dale ahora con el sombrero que se lleva el viento. Y corres a buscarlo, –
menos mal que no voló hacia el mar – la camisa un papalote, la vida misma un
papalote hasta que se la lleve el tiempo. Por aquí no se ve un alma hasta la
otra milla, mejor. Y a la cuarta ella era buena imitando hasta que se venía,
hasta que se quería, pero que va, eso de compartir su juego de nalgas nunca me convenció, que no éramos Eluard, Gala, Dalí. Y además por mucho rehearsal que le metiera, ni de chiripa
le salía la vergüenza. Y a la quinta lo peor que le puede pasar a un hippie es
tener que afeitare todos los días y trabajar en el Porfirio´s ese. Y a la sexta
mi hija, coño, y que lejos está.
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