Del rasguño en la piedra.
En 1963, allí donde bien
vale misa celebrar, Mario Vargas Llosa, “El indio” en los ambientes literarios
europeos del momento, un parvulito que por aquel entonces buena pluma prometía,
tuvo el privilegio de entrevistar a Jorge Luis Borges. El peruano trató a
Borges con el respeto que le debe el hijo al padre; supongo yo que también con
una dosis amarga de admiración. En abril de 1980 aquel gaucho memorioso recibió
el Premio de Literatura Cervantes. El periodista y locutor Joaquín Soler
Serrano lo entrevistó para TV Española. Y Borges, como siempre, ofreció un recital
de genialidades. En algún momento Soler Serrano mencionó algunos escritores
latinoamericanos que ya se despegaban del montón, y dijo Cortázar, dijo García
Márquez, y dijo Mario Vargas Llosa. J.L.B habló bien del volumen de cuentos “La
autopista del Sur” (Cortázar), habló muy bien de los 100 años de soledad (G.G.
Márquez) y dijo no estar al tanto de la obra de Mario Vargas Llosa. Pero
además, por el tono incómodo de los términos poco faltó para que soltara la pregunta:
¿y ese quién es? Si M.V. Llosa pretendió ganarse algún punto a su favor con el
argentino, en el París de 1963, no lo logró. Si J.L. Borges, ya en 1980, no
consideraba de rigor (a no ser que fuera de rigor
mortis) la obra de Mario Vargas Llosa, por algo sería, sus razones tendría.
Quizá Borges, que siempre se consideró ante todo un poeta, con el roce de sus
muchos años y con sus retruécanos literarios de tipo mental, y temporal, consideró
que el peso de una obra literaria se asienta más en el linaje del mensaje que propone, que en cualquier otra cosa, incluyendo la
maestría de un narrador. Quizá. De cualquier manera, para mí los dos son
imprescindibles.
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