Crónicas castrenses IV.
En 1960 Jean-Paul
Sartre, Simone de Beauvoir y Waldo Frank, todos miembros del Fair Play for Cuba Committee (Comité
para una justa actitud respecto a Cuba) afirmaban en un llamamiento, a calzón
quita´o, que “la isla está administrada por un gobierno provisional bajo la
Constitución de 1940, notable en el hemisferio por su liberalismo” Y agregaban:
“los cubanos son más libres, en muchos aspectos, que los ciudadanos de los
EE.UU”, rematando con esto: “No se exige ninguna autorización de la policía,
como en Nueva York, para un mitin o una demostración pública” Cinismo mayor es difícil
imaginar. Para ese entonces, hacía mucho rato que cualquier demostración
pública o mitin en contra del gobierno castrista constituía una muestra de
desobediencia civil, un acto ilegal inimaginable para una persona en plenitud
de facultades mentales. Ni siquiera era pensable una demostración pública en
contra de los desmanes del gobierno chino en el Tíbet o en contra de la
violencia que desataba el ejército soviético acantonado en Europa del Este,
sobre todo en Hungría, tomando en cuenta la fecha. Las únicas manifestaciones
legales eran las de apoyo al propio gobierno. Al año siguiente (1961), justo el 1ro de mayo,
Fidel Castro vociferaba que la Constitución de 1940 era cosa del pasado, un “trajecito
corto”. Y ya sabemos cuán elástico en el tiempo ha sido ese “gobierno provisional”
del que hablaran Sartre y compañía, allá en el remoto 1960. El 22 de setiembre
de ese propio año, el agrónomo francés René Dumont, consultor para el gobierno de
La Habana, escribía en L´express: “Puede
decirse desde ahora que la revolución cubana lleva el camino de alcanzar en el
plano económico el elevadísimo nivel alcanzado en el plano político” También
sabemos ya, 52 años después de aquella visionaria sentencia, hasta qué etapa
del paleolítico económico logró avanzar la revolución cubana, digamos que como
consecuencia directa, proporcional, a los aportes que en materia dinástica nos legó,
aunque justo es reconocer que al menos en política se rebasaron allí un par de
etapas después del paleolítico Los
egiptólogos y los medievalistas tienen ahí para rato estableciendo analogías y
diferencias entre ambas orillas de la historia humana. Quizá muy a su pesar, tal
vez sin saberlo, René Dumont colocó una guinda en el pastel cubano: “Quedé
asombrado ante los conocimientos agrícolas de Fidel. Pero su séquito permanecía
silencioso. Temía yo que, sin que el mismo Castro se dé cuenta, esta ausencia
de críticas acabe por crear una atmósfera cortesana”
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