La realidad del otro lado.
Gabriel García Márquez se ha pasado la vida diciendo que escribir una novela es pegar ladrillos y escribir un cuento es vaciar en concreto. Ha dicho también que la frase no es suya, pero de tanto repetirla sin reclamos de autoría, quizá termine creyéndola patrimonio personal. Augusto Monterroso dijo que el escritor es alguien carente de sentimientos, de lo contrario sería incapaz de meterse en semejante oficio. Cuando García Marquez escribió El otoño del patriarca, pegó ladrillos y levantó un edificio. Para lograrlo tuvo que hacer un experimento previo, un intermezzo que le permitiera sacudirse el cemento que se adhirió a su cerebro después de 100 años de soledad. Del ejercicio salió el volumen de vaciados en concrerto La cándida Eréndida. Y después llegó El otoño...sin invierno para el creador, por suerte para medio mundo. No era fácil mantener el listón a la altura del record mundial que registró 100 años de soledad; pero El otoño del patriarca fue un buen salto con garrocha, y un buen ejemplo de albañilería creativa. Siempre hubo alguien que pateó el libro, pero también los hubo dispuestos a recogerlo de la acera. De todas formas a Gabriel García Márquez, seguidor inconsciente del precepto del Decálogo del escritor de Augusto Monterroso, no le dolió tanto la decepción ajena porque no experimentó la suya. Y una oración tras otras, un párrafo después del otro, siguió engranando mentiras que ya son verdades de culto en los estantes de cualquier librería, y en los años de cualquier siglo. La escritora argentina María Esther de Miguel dijo que la imaginación permite ver como es la realidad del otro lado. Escribir, y en el proceso generar literatura como arte, es la forma más concreta de llegar a esa otra orilla.
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