domingo, 20 de diciembre de 2009





El socialismo mata

A comienzos de año coloqué en Deconstruyendo mi herencia, un par de artículos de lujo relacionados con el tema Revolución Cubana que aparecieron en la Edición del 1ro de enero en el diario La nación, el más importante de Costa Rica. Casi al terminar este 2009, y como para cerrar un pequeño círculo en torno al asunto, me parece válido “subir” al blog otro artículo publicado hoy en el mismo rotativo, que bajo el título: “El socialismo mata”, recoge un modesto grupo de aquellos abundantes y no menos sobrios pensamientos a los que ya nos tiene acostumbrados la reflexiva estilográfica o el incansable tecleado de Carlos Alberto Montaner, y que también imbrican al cocodrilo geográfico y su esquelético rostro. Para mi satisfacción personal, artículos similares a este en cuanto a enfoque, digamos, ideológico, aparecen con notable frecuencia en las páginas de La nación. Nadie podrá negarme, ni siquiera los rivales políticos, que después de haber sufrido el cacofónico discurso impreso en los papiros isleños a lo largo (y estrecho) de 35 años de vida, poder leer algo como esto de un tiempo a esta parte, es una verdadera fiesta para el intelecto. Que lo disfruten ¡!


Costa Rica, Domingo 20 de diciembre de 2009

/OPINIÓN



El socialismo mata














Swaminathan Aybar es un notable economista indio que ha sacado una cuenta muy incómoda. Se le ocurrió medir el enorme precio que pagó la población de la India por no haber hecho antes la reforma económica que hoy mantiene en su país un ritmo de crecimiento que excede el 7% anual, reduce vertiginosamente el porcentaje de pobres y mejora sustancialmente la calidad de vida de los más necesitados. Los números son impresionantes: no haber hecho la reforma con antelación causó la muerte de 14,5 millones de niños, mantuvo a 261 millones en el analfabetismo y a otros 109 por debajo de los límites de la pobreza. El estudio lo acaba de publicar el Cato Institute de Washington y se titula “El socialismo mata”.

Los latinoamericanos deberían aprender de esta experiencia. No hacerlo, además de un crimen, es una estupidez casi perfecta. El ejemplo es muy claro: en la India ha habido dos grandes modelos de desarrollo. Entre 1947 y 1981 se ensayó la fórmula de la economía estatizada, dirigida por una enorme burocracia gubernamental, intensamente proteccionista, hostil a la empresa privada y a las inversiones extranjeras, convencida de las ventajas del desarrollo hacia dentro. El resultado de esa etapa socialista fue un crecimiento anual promedio de 3,5 que, cuando se descontaba el aumento de la población, quedaba reducido al 1,49. Mientras los indios seguían esa senda socialista, tan parecida a los ensayos latinoamericanos, desde el peronismo hasta el chavismo, otros pueblos asiáticos –primero Taiwán, Corea del Sur, Hong-Kong, Singapur, luego Tailandia, Malasia e Indonesia– tomaron el camino contrario: abrieron sus economías, alejaron el Gobierno del aparato productivo y fomentaron la iniciativa privada. En otras palabras, liberalizaron decididamente sus economías. Al cabo de apenas una generación, los resultados que exhibían eran pasmosos: disminución drástica de la miseria y la ignorancia, mejora en todos los índices de desarrollo humano y surgimiento de unos robustos sectores sociales medios.

Presionados por esa inocultable realidad, los indios hicieron su reforma y abandonaron las fallidas supersticiones del socialismo, primero tibiamente, y luego con mayor ímpetu comenzada la década de 1990, hasta llegar a convertirse hoy en un actor de primer rango internacional que compite en precio y calidad con la China, a la que comienza a disputarle la condición de gran fábrica del mundo. (No olvido la sorpresa de unos amigos que necesitaban contratar un servicio de ventas telefónicas en América Latina y acabaron pactando con la sucursal de una compañía india radicada en Cochabamba, Bolivia).

Es importante que los economistas latinoamericanos saquen la cuenta de cuánto nos cuestan los experimentos socialistas en sangre, sudor y lágrimas. Cuánto han pagado y pagan los argentinos por los tercos experimentos del peronismo. Cuál fue la inmensa factura pagada por la sociedad peruana durante la locura de Velasco Alvarado, la nicaragüense con el sandinismo o Cuba con su medio siglo de estalinismo. La medición podía hacerse a partir de la experiencia chilena: ¿qué hubiera pasado en toda América Latina si los pueblos de nuestra cultura hubieran hecho una reforma económica como la llevada a cabo por los chilenos, iniciada durante la dictadura de Pinochet, pero sabiamente mantenida por los gobiernos de la democracia? En 1959, por ejemplo, Cuba tenía un tercio más de ingreso per cápita que Chile y más o menos la misma población. Hoy Chile triplica el ingreso de los cubanos, su población es un 30% mayor, y el país sudamericano se ha convertido en la secreta meta y destino de miles de cubanos que han conseguido instalarse allí, incluidos unos cuantos hijos de la clase dirigente, convencidos de que el barco de los hermanos Castro se va a pique a corto o medio plazo.

¿Somos capaces los latinoamericanos de aprender en cabeza ajena? Con algunas dificultades, parece que sí. Perú, por ejemplo, es hoy el país que más crece en el continente, y eso se debe a que, de manera creciente, los últimos tres gobiernos peruanos han tenido el sentido común de inspirarse en el vecino Chile y abandonar paulatinamente las viejas prácticas del socialismo estatista. Eso significa menos pobreza y mejores estándares de vida para la inmensa mayoría de la sociedad.

Pero, lamentablemente, la racionalidad sigue siendo un bien escaso en nuestro mundo. Mientras los peruanos, como los chilenos, se mueven en la dirección que dicta la experiencia, Hugo Chávez y sus cómplices del socialismo del siglo XXI reinciden en el disparate. Insisten en hacer daño a sus conciudadanos, convencidos de que los guían en la dirección de la gloria. No se han enterado de que el socialismo mata.

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