La historia al revés.
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Soy de los jóvenes y de los viejos, de los inquietos y de los discretos/Indiferente a los demás, atento para con los demás,/Maternal, paternal, niño y hombre. (Walt Whitman. Canto a mi mismo)
La historia al revés.
Arpegio
Hace unos 34 años, mi padre durmió en el portal de una tienda durante 4 largas noches, para poder comprar un Tocadiscos SANYO, de aquellos que hicieron época y furor en la Cuba del momento. Tenía yo 5 años. Acetatos van, acetatos vienen, lo mismo a 33 que a 45 rpm, según el tamaño del disco, la gente saboreaba los sonidos que traducía la agujita del aparato como quien se come una Big Mc después un día entero sin probar bocado. Por aquel entonces, en Cuba, y en Santiago e las Vegas, mi pueblo natal, para ser más exacto, tener un Tocadiscos SANYO Stereo Sound System en una mesita de la sala, era como desplazarse hoy a paso lento en un Ferrari Testarrosa por la Quinta Avenida de Nueva York. El ajiaco musical que disipaba en el éter la pareja de bafles del aparato de mi casa, superaba con creces al de Fernando Ortiz: Miguelito Cuní, Silvio Rodriguez, Beethoven, Mocedades, Alberto Cortez, Irakere, La Pequeña Compañía, Van Van, Rosario, Lola Flores y un largo etcétera. Al parecer aquel coctel diario fue definiendo mi gusto musical. Al menos ya sabia que por ahí no era la cosa, sufría cada pieza con la misma intensidad que mis padres las disfrutaban. No fueron pocos los planes de atentado que elucubré contra el SANYO Stereo Sound System. Llegué a odiarlo. Me atreví a partir un par de discos y a rayar la aguja del engendro con una lija gruesa. Pero nada. Papi tenía varias de repuesto. No había un cabrón acetato que yo asimilara. Tenia yo casi 10 años cuando nos fuimos a vivir a San José de las Lajas. Durante la mudanza invoqué a la providencia que nos pusiera en el camino – en el momento en que el camión de la mudanza se desplazara, ya cargado con los bártulos, a su mayor velocidad – el mayor de los baches registrados en la historia humana, para que el Stereo Sound System se despidiera de este mundo con un leñazo contra la carretera. Pero nada. Papi conoce de la pata que cojean las carreteras cubanas y el aparato cambió de pueblo sobre sus piernas, en la cabina del camión, envuelto en una colcha como un bebé al que se le deben cuidados extremos. A punto estuve de lanzar el Tocadiscos por el balcón cuando llegamos al nuevo apartamento, pero me contuve. Semejante movimiento de brazos y manos sobre la verja del balcón podría costarme los primeros 50 juegos de pelota callejera en el nuevo barrio. Y me hice adolescente tanteando gustos musicales en el radio Selena de un socio de la cuadra. Una dosis grande de rock, y otra no tanto de trova definieron lo que mis oídos aceptaban como caricias. En la Universidad se complejizó el asunto: llegó el Alternativo y se coló en estos huesos sin pedir permiso. El pentagrama se amplió con los años, pero ni de casualidad estas orejas se acercaron a voluntad al gusto musical de mis padres. Tampoco asimilaron lo que allá en el terruño mi gente califica como sagrado: salsa, timba, casino, o como quieran llamarle. Hace unos 10 años, aún en Cuba, un amigo – ahora vive en Miami – me dijo que aquello de estar escuchando música rock cuando apenas comenzaban a cargarse de espermatozoides nuestros escrotos (él lo dijo con otras palabras) era por simple moda, que él ya no escuchaba esa música, que lo suyo era la salsa. Se atrevió a cuestionar incluso la autenticidad de mis gustos musicales, al ver que yo continuaba reincidiendo con el rock y las fusiones, tantos años después de haber soltado el primer lechazo. Sentí pena por él, por el vacio espiritual en que vivió durante tantos años, sacrificando sus preferencias musicales y edificando una fachada ajena a su verdadero gusto, por estar, según él, a la moda. Conmigo no hay modas que valgan en cuanto a gustos musicales. SI de mis padres no logré asimilar sus preferencias rítmicas, al menos mantuve la tendencia del ajiaco. Sigo prendido con Nirvana, Chico Buarque, Alice in Chains, Caetano Veloso, Stone Temple Pilots, Frank Delgado, Red Hot Chili Peppers, Manhattan Transfer y muchos otros, como el primer día que los escuché. Sigo buscando música para acariciar este par de oídos venga de donde venga y escúchela quien la escuche. Sigo incorporando matices a los sonidos ya habituales y como creo que me he extendido escribiendo más de lo prudencial, aquí les dejo con un botón de muestra que identifica mi gusto melódico y quizá también el de alguno de ustedes.
P.D: Es la primera vez que subo un video al blog, como ventana directa y no como un enlace. Agradezco a Carmen Rivero (Blog Buscando el Norte) por ayudarme a superar mis limitaciones en el conocimiento de la tecnología" bloguera", y permitirme así, incorporar esta nueva herramienta al blog.
Adiós mi viejo querido ¡!
No encuentro manera de levantar el ánimo. Mi padre regresó ayer a Cuba. Lo tuve casi 5 meses junto a mi, y este regreso al origen es como vivir una pesadilla despierto. El tiempo se hizo breve junto a mi padre, su cercanía fue un bálsamo para mi espíritu. Las despedidas son una mierda. No sé cuando volveré a ver a mi padre, pero sé que lucharé por un nuevo reencuentro, quizá definitivo, en territorio continental…Mi viejo querido, íntegro de la cabeza a los pies, regresó sin deseo alguno, convocado por un compromiso ético que aún lo ata a la Isla. Nada relacionado con política, ni con ideologías. Aún está mi madre junto a mí, pero 40 años de feliz matrimonio no es cosa que se disipa como frágil doctrina, y como “el viejo” ya no está, Mami regresa en marzo a Cuba. Ya estoy buscando una tabla a la que pueda aferrarme para no hundirme cuando se marche. Llevo a cuestas una tristeza vieja que no merezco yo ni los casi 3 millones de cubanos que alimentamos la diáspora. Se la debo a un loco ahí que cuando joven se estrelló a voluntad, contra un muro, a toda velocidad en una bicicleta, y como por desgracia no murió en el performance, se creyó un elegido de la providencia y pretendió rehacer (deshacer) un país a su antojo y desvarío. Mi padre y mi madre están entre los casi 12 millones que también cargan, desde el terruño, con esta misma tristeza vieja. Sé que llegarán tiempos mejores para todos los de mi raza, sé que llegará el día en que mi Tierra finalmente desechará los harapos políticos que desde la indigencia, la mal visten, sé que dejaremos de ser un titular de parodia en los diarios del mundo entero y espero que mis padres, yo, y los hijos y padres de todos los que comparten mi raíz geográfica, cuando eso suceda, tengamos ojos para verlo.
Dos películas.
No estoy de ánimos para escribir. Tuve la intención de comentar mis impresiones sobre un par de buenas películas que vi hace varios días, pero voy a restringirme a dejar una escueta reseña-recomendación para aquellos que aún no han visto este par de largometrajes. Atonement (Expiación), y traducida para los circuitos hispanos como Expiación, deseo y pecado, es el nombre de una de estas cintas. Coproducción franco-británica estrenada en el 2007, dirigida por Joe Wright, y con las actuaciones protagónicas de James McAvoy (Robbie) y Keira Knightley (Cecilia), la trama se desarrolla entre Gran Bretaña y la Francia de finales de los años 30, y la primera mitad de los años 40 del siglo XX, con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo. Una vez más la historia de un amor imposible llevada a celuloide, o tecnología digital, lo mismo da, porque señores, esta es una historia que no necesita del alarde tecnológico para imponerse: con lo que ofrece ya tenemos bastante para quitarnos el sombrero. Sin melodrama, sin efectismo meloso, esta película toca profundo en el corazón humano. La intensidad del tempo narrativo se mantiene bien alta de principio a fin, aún cuando el filme transcurre sin prisa. Con 2 premios en los Globos de Oro y 7 nominaciones al Oscar en el 2008, Expiación, deseo y pecado es de aquellos filmes que ameritan un alto en la vorágine…La segunda película que recomiendo, Into the wild, Camino Salvaje para el espectador latino, también del 2007 y dirigida por Sean Penn, está basada en un hecho real ocurrido a comienzos de los años 90 (siglo XX) en los Estados Unidos. El joven de 22 años Christopher McCandless (Emile Hirsch), agobiado por los conflictos entre sus padres, abandona su casa y su confortable vida material para lanzarse a una aventura espiritual que lo llevará a recorrer buena parte de los EE.UU y algo de México durante año y medio. Por el tono medio hippie que prevalece durante todo el largometraje, pudiera parecer que Sean Penn idolatra esa vida solitaria, disipada y sin ataduras materiales que experimentó McCandless durante ese tiempo. Pero no. Justo al final de la película, y ya abocados al trágico final, son justamente unas líneas escritas por el protagonista en su cuaderno de notas las que nos hacen replantearnos la validez de una vida errante: la felicidad solo es verdadera cuando es compartida. Justo al final, todo lo que pareció idilio alcanza ribetes de absurdo. Una bella película. Vale la pena verla.
Con el orgullo trepado sobre una montaña de escombros.