viernes, 29 de mayo de 2009





Al galope.

A mi primo Gilbe

Primero se enervan, y al instante catalizan en combustión simultánea tu cigarrillo y el motor 8 en V del Mustang 64. Ya dejaste los cayos y el pescado frito, el aire cálido, peninsular de la US 1, comienza a golpear sin clemencia en el rollito de tabaco atenazado por unos dedos flacos, prolongación dactilar de tu brazo izquierdo que descansa extendido hacia adelante, ventanilla afuera, mientras el cuerpo se reclina todo lo que puede para extender también el brazo derecho sobre el volante. Las mejillas del Ford rejuvenecen bajo el Sol de Florida, el gris pálido de la capota refresca el ambiente dentro de la cabina y que vengan a buscarte todas las millas del Mundo. El pie derecho ya estable, profundo sobre el acelerador, hace roncar al Mustang y comienzan a quedar detrás los aparatos rodantes de los años mozos.

Por el aquello de tirarle un vistazo al Golfo, sobrevolar a caballo el Mississippi y acercarte a Nogales para reconocerte del lado próspero de la frontera, en Jacksonville estuviste a punto de hacer el giro a la izquierda, entrarle con todo a la Interestatal 10 y espolear el corcel hasta Santa Mónica, California. Pero no lo hiciste, y ahora mismo la vieja guardia sigue marcando el paso por la I-95 casi a la altura de Savannah, Georgia. En Benson, Carolina del Norte, la tentación no te dejó desandar ese cauce del delta a la fuente y colocaste señal para incorporarte a la Interestatal 40. El Mustang 64 se acerca más al asfalto mientras más revoluciones recibe el motor; millas quedan detrás como bandadas de pájaros migratorios cortan interminables el firmamento. En Oklahoma City movimiento elegante, irreverente, del Mustang cortando hacia la derecha y vuelve a roncar el clásico hasta Des Moines, Iowa por la Interestatal 35. Ventanillas arriba porque este clima ya no es el mismo que abraza en Florida, no hay más razones para estar ahí que querer estar y hacer lo que al espíritu le haga bien, cigarro en mano, pie firme sobre el acelerador, Pearl Jam, Sound Garden, Nirvana y Staind alternando en la radio desde el comienzo del Universo. Siempre quisiste llegar hasta Sacramento bajando desde el Norte por las Rocky Mountains, por eso vuelves a torcer camino cuando te anuncian el cruce con la Interestatal 80. Entre Chayanne y Lamarie el Mustang semeja un Pegaso compacto, las nubes se abrazan a los neumáticos y nunca jamás volverás a sentirte tan cerca del cielo.

Una semana después de la largada, en lontananza aparece Sacramento. Es de noche, el viejo Mustang ruje como si hoy fuera su primer día de vida del año 1964, su orgullo intacto saborea la brisa que le llega del Oeste, y piensa que tal vez le quede tiempo aún para atravesar también el Océano Pacífico.

viernes, 22 de mayo de 2009


Ajenjo

Ganas de vivir sin sugerencias, sin ambiciones terrenales ni espirituales, sin contratiempos ni tiempo, sin estar presente ni estar ausente, sin ser quien soy o quien no soy, sin acuerdos ni desacuerdos, sin incluir tendencias ni ideologías, sin tener que quedar bien o quedar colgado de un pensamiento, de una mujer, de una viga. Ganas de comenzar por el final y terminar en el comienzo, de reír con los ojos sudando, de llorar a mandíbula batiente, de abrazar a cualquiera. Ganas de falsear la realidad, de incrementar mi número de vicios, de llegar a puerto, de zarpar, de volverme loco, de bañar perros, de estrujar recuerdos, de tomar agua sin sed, de negarme el aliento, de apedrear un convento, de torpedear una sardina y pescar un submarino con anzuelo. Ganas de ir a ningún sitio, de leer con lupa y con espejuelos, de pegar una oreja sobre los rieles, de sudar en el mar, sumergirme y escuchar algo a lo lejos. Ganas de mojarme al sol en el Sahara y secarme con la lluvia del invierno, de abrazarme a un árbol, de sentir el latido que bombea entre las líneas de un pliego sellado a la vieja usanza. Ganas de escribir una carta sobre un papiro, de lamer el borde engomado del silencio. Ganas de comer en familia, de visitar un cementerio y conversar con los muertos, de consumir café con te negro, láudano con absenta fuera de París, sin Rimbaud y sin Toulouse-Lautrec. Ganas de caminar siempre hacia el poniente, de escalar un valle y nivelar una montaña, de abandonar el carro atravesado en mitad de una Avenida y esperar el autobús en la parada opuesta. Ganas de volver al futuro, predecir el pasado, imaginar otro presente, sembrar una orquídea, desenterrar un ave, poner un topo a volar, olvidar el olvido y vender almanaques de piedra. Ganas de imaginar lo que no imagino, de leer en español al estilo arábigo, de comprar soberbios originales y decorar paredes con burdas imitaciones. Ganas de asir lo inasible, de trasladarme en barcos por carretera y en trineos por la Amazonia, de escuchar la música de mi cuerpo y acariciarle una mejilla al viento. Ganas de socorrer al Socorro, violentar la violencia y quitarme los zapatos solo para salir de casa. Ganas de apagar las luces cuando estoy durmiendo, y apagarlas también cuando estoy despierto.

jueves, 14 de mayo de 2009





Escultórico

¿Donde perdiste, Policleto

el temor a la muerte?

¿En tu remota costumbre de esculpir lo bello?

¿En el Doríforo?

¿Cómo te sientes al verlo

todavía terso el músculo

burlarse de la gloría

sin retirar el agudo bronce de su hombro?

Tú lo pensaste inmortal desde el comienzo

y le borraste los ojos

por no herir la levedad

de quienes nada dejaron en este par de milenios.

¿A quien le cedes entonces la posibilidad de quedar en los demás

si solo Fidias y Mirón se atrevieron contigo?

A nadie,

ni siquiera a quien puede reconocerte allí

donde lo bello permanece.



Cretense

Ajeno al poder de la fantasía,

al poco de leyenda que merece la historia,

alguien ha dicho, Teseo

que representas un falso testimonio del pasado.

Ha querido al desacreditar tu nombre

con el estigma del mérito apenas literario,

destruir el valor mitológico del héroe.

Ese pobre mortal nunca verá en el salto de una mujer

un pájaro volando.

No tendrá elementos para comprender

como Ariadna logró al entregar aquel hilo

salvar al hombre de la vida estéril.

La intolerancia,

lentamente,

apagará el jadeo del Minotauro que habita

su propio laberinto.


De mi libro Pasajero del Invierno. Editorial Unicornio. La Habana. Cuba. 2001

domingo, 10 de mayo de 2009


Querida Madre

Lo que soy y seré te lo debo a ti, Madre querida, y a mi querido Padre. Si estoy aquí, si no me han aplastado las circunstancias ni la fetidez logró contaminarme, ha sido porque tú no me has faltado nunca Madre querida, aunque tu ausencia temporal comprima este pecho y parta la humedad que provoca la distancia, estas mejillas a veces temblorosas. Si no he flaqueado Madre no es por mí. Si mi dolor te hiere, me hiere a mí. Si alguien te agrede me ofendo yo. Si algo te alegra Madre, también sonrío yo. Si me faltaras faltaría yo. Tan lejos de ti, donde tú vayas allí estaré yo.

lunes, 4 de mayo de 2009


Carpe Diem

Que no se pierda la vida, al otro lado no hay más que incertidumbre y piélagos deshabitados. Al menos donde yo iré nadie me estará esperando, el camino siempre será el mismo abajo y arriba y este montón de huesos ahora recubierto de acontecimientos, dará paso a otro montón de huesos brevemente recubierto de incienso y tierra. La eternidad llegará en esa nube de polvo que recubre los caminos, las piedras y el rostro de los caminantes. Tu soledad sin embargo me estará esperando allí donde yo iré, pero no serás tú quien le acompañe sino tu ausencia, y tampoco seré yo quien llegará a su encuentro sino el quejido amargo que desde ahora exhalo porque bien sé que el camino siempre será el mismo – preñado de polvo – abajo y arriba y ese Dios volteriano es apenas una excusa, un invento cobarde para tratar de sepultar nuestro temor de ancestro a lo perecedero. Carpe Diem, no hay más atributos contra la penitencia y los amagos en círculo, no hay mejor recompensa que estar vivo ni temor más severo que la muerte. Puedo no saber quien soy pero defiendo mi existencia febrilmente para que llegue a ser quizá entre risible y heroica la antesala de lo eterno y no se pierda la vida en simulacros estériles. Para evadir mí destino en la insultante aridez del polvo que recubre los caminos, las piedras y el rostro de los caminantes; corales brotando de mi pecho ya vacio derramándose en el arrecife y algas sobre mi pétreo cuerpo será todo cuanto podré legar a los días futuros. Será entonces suficiente recompensa lamer las caderas de una mujer compacta con el mismo mar que lamerá mi abandono. Que no se pierda la vida, al otro lado nadie seguirá con los ojos el estallido cromático de los otoños y las primaveras, nadie eyaculará ni verá en un pretil la elegante figura del gato sedente. Donde yo iré nadie me estará esperando pero el viaje no comienza aún; es todavía mi rostro de caminante el que se recubre del polvo milenario, todavía soy yo quien disfruta su mejor recompensa, acaricia en retina los otoños, las primaveras, la lluvia, el invierno, eyacula, repara en la elegante figura del gato sedente sobre el pretil y se pregunta si alguien, en algún lugar, espera por mí.