martes, 31 de marzo de 2009


Divertimento en retrospectiva ll

Casi siempre alguien se me adelanta y descose ante una cámara de televisión la frase genial que pensé reservada a las parcelas de mi pensamiento. Woody Allen me dejó con la carabina al hombro hace unos 20 años. En mi defensa esgrimo la pubertad, el deterioro en la concentración mental que tuvimos cierta vez en América Latina y mi divorcio fílmico por aquel entonces. De cualquier manera con todo el tiempo del mundo a mi disposición, y aún sabiendo que lo de menos es la prisa, bien puedo llegar hasta Tasmania a pie y no me alcanza con eso para rozar la categoría de héroe de barrio por un día. A las cosas hay que llamarlas por su nombre: Al pan pan y al vino vino, y una frase interesante no va a salvarme del ostracismo. No obstante, iconoclasta como he sido hasta hoy, rezo para que la historia sin fin que recicla el tiempo, me deje fuera del espanto abúlico donde chiquita se concibe la esperanza de salvar el estremecimiento. Rezo para que al menos siempre permanezca entreabierta una puerta en mi sustancia, y un ligero susurro de constancia transfiera mi aliento y mi alimento más allá de mí…con rima contenida. De los hombres que he sido, ninguno de mis nombres hablará bajo tierra, pero aquí estaré: ¡ buena suerte Pancho, buena suerte Lorena !, dirá mi ausencia renacida.

Y dolerá saberme espectro removiendo arenas ¿movedizas? en Caracol Beach o en Normandía, pero aquí estaré, y alentaré a los portadores de mi futuro grito ahogado. Seré una cuerda tendida, el funcionario impalpable que restablece diplomáticas relaciones entre el pasado y un presente en camino a ser también pasado y polvo y espectro y ausencia renacida.

A Woody Allen, excéntrico irreverente y detractor de la farándula sin farándula, le debo haber perdido la constancia certificada de mi pensamiento más hiriente, como perdí la silueta de mi novia adolescente entre las curvas al oleo que entretejieron los lienzos de aquella prístina muestra de arte erótico. Aunque pensándolo mejor, con más humildad, a Woody Allen le debo el contubernio, la conjura en la que ambos quedamos involucrados desde el día en que confirmé sus palabras: No es que le tema a la muerte, solo que no me gustaría estar ahí cuando suceda.