viernes, 25 de octubre de 2013

Aniversario zen.


 
Aniversario zen.
         Con esto de las festividades por el 43 aniversario de las intermitencias de mi muerte, he comenzado a cuestionarme si valió la pena irme de Cuba. Allá en la ínsula, con la barriga llena de tripas y media botella de ron, yo levantaba unas borracheras que me duraban un día entero y parte del amanecer siguiente. Ahora no, ahora las borracheras son mezquinas, efímeras, discretas, diría yo. Me tomo media botella de whisky o 5 o 6 cervezas; las tripas se envalentonan, llega a la mesa un plato con masas de cerdo fritas, con tiritas de pollo, con papas fritas, y ahí mismo se jodió la borrachera. Se fueron 20 o 30 dólares, y yo fresco como una lechuga bajo el aguacero. No es justo. En la Cuba revolucionaria con 20 miserables pesos, menos de un dólar, mandaba el cerebro a paseo hasta nuevo aviso. La revolución cubana toma terraplenes inescrutables para los mondos mortales, es mi caso. La revolución es un “ente” que supera mis dotes de escrutinio de la realidad; es una “cosa” como el corazón, vaya, para explicarlo místicamente, que desanda caminos de esos que dicen que la razón no entiende. Quizá de ahí nacía mi apego allí a mandar el cerebro de gira; quizás por eso me fui de allí, tal vez porque sin saberlo acaso, vivo montado en la guardarraya de la sinrazón. Anoche casi lloro, arrepentido de estar aquí, pensando en ese baño diario que en la Cuba de hoy me daba, haciendo flexiones entre el cubo de agua y la eternidad. Esto de cumplir años es cosa seria, el almanaque me está poniendo reflexivo.