viernes, 18 de junio de 2010



José Saramago. 1922 – 2010

Murió – físicamente, si acaso – José Saramago. Y duele, porque no cualquiera te conoce sin distinguirte, ni te conmueve sin conocerte. “Yo no merezco morir, los genios no deberían morir”, dijo Beethoven – Ludwing Van, Ludwing viene, Ludwing se quedó para siempre – horas antes de morir, – físicamente, si acaso – el mismo día que nació mi madre, con un precedente de 120 años. Y tanto peso tenían las palabras del teutón-vienés, como agua en mole los 5 océanos juntos. Lo menos que se pierde con la ausencia de Saramago es un cuerpo que deja el barrio para comenzar a formar parte de la mayoría. Lo que nos abandona en masa es la posibilidad de seguirle eternamente el rastro, la huella que de obra en obra se renovaba con paso estable. Poco me importó su inclinación fundamentalista hacia la izquierda política. Nunca libro alguno me ha resultado tan intenso, soberbio y exquisito como “Memorial del convento”. Nunca leí con tanta avidez. Nunca, con otro libro, reí, lloré, me alegré y sufrí con la intensidad que lo hice mientras leía “Memorial del Convento”. José Saramago ha muerto – físicamente, si acaso – y duele. No cualquiera parte tu pecho sin saber que existes. No cualquiera te conoce sin distinguirte. No cualquiera te conmueve sin conocerte.