lunes, 28 de febrero de 2011



El Cantar de los Cubalungos.

El Serpa Maceira es el último modelo de combatiente contrainsurgencia que recién salió de los laboratorios de bajo voltaje del ministerio en ropa interior de Cuba, departamento de inseguridad del estado de putrefacción. De la serie peleles, colección chivatos 2011, el prototipo es algo así como un espantapájaros para tierra baldía. Y que me perdonen los herederos de T.S.Eliot. El ejemplar trabajó dándole duro a la lengua, al gaznate, hasta que causas y azares mayores a los suyos lo pintaron solito para el incineramiento; y se fue del aire radio serpa bemba maceira. Trabajo le va a costar ahora llevar un huevo con estirpe de peculado a la sartén. Trabajo le va a costar conseguir una libra de manteca, freir un biftec – de puerco, si acaso – si no intercede la asignación inquisitorial. Trabajo extra quiero decir. Al serpa maceira la revolución cubana – esa madre psicodélica, patética, desquiciada – lo convocó al incumplimiento del deber, y se(r)pa la concurrencia que este especimen no mace(i)ra miseria ni dolor ajeno en su corazón ni en su pensamiento; así es que ¡a soplar la trompeta corred chivatiente, que la patria os contempla ojerosa! El cantar de los cubalungos no tiene final, capítulo en retransmisión, a lo corín trillado, éste del modelito serpa maceira.

jueves, 24 de febrero de 2011


Enlace

Arañazos en una piedra.

Se fueron 2000 años y un poco más – se dice rápido – desde que el romano Quintus Horatius Flaccus (65 a.c – 8 a.c), Horacio para nosotros, la plebe, escribiera su Aurea Mediocritas, su Carpe Diem, su Beatus Ille. No alcanzaría toda la celulosa que pueda sacarse de la Amazonia y selvas colindantes para foliar en tomos de enciclopedia el diluvio interminable de acontecimientos – de toda traza – que desde entonces abotarga al tercer planeta del Sistema Solar. Colisionaron estrellas, cayeron imperios, se formaron repúblicas, bolsas de valores y cometas quebraron tranquilidades y firmamentos, escuelas filosóficas mostraron(se) dientes y nalgas, epidemias y guerras devastaron, tiranías nacieron/patearon/patalearon/se desplomaron, sistemas de integración se desintegraron, llegamos a la Luna y regresamos, las eyaculaciones se retardaron, lo orgasmos se multiplicaron. La lista es interminable, mi tiempo breve; eterno el de Horacio.


AUREA MEDIOCRITAS (Mediocridad dorada)

Vivirás mejor, Licinio, si no te adentras
siempre en alta mar ni, por miedo a las tormentas,
te aproximas demasiado a la costa.

Los que prefieren la mediocridad dorada
encontrarán abrigo y se hallarán a salvo
del precario techo en ruinas y de la envidia de los salones.

Al pino muy alto el viento lo sacude más;
la torre elevada se derrumba con estruendo;
el rayo alcanza las cumbres más altas de las montañas.

En los desastres, el carácter bien dispuesto espera,
y en la bonanza se prepara para el cambio de suerte.
Es natural que un inverno duro llegue y se vaya.

Lo malo no perdura.
Apolo tensa unas veces el arco de la guerra,
pero otras empuña su cítara para despertar a la música.

Sé valiente y alegre en la adversidad,
pero cuando el viento sopla demasiado favorable
el sabio se apresta a recoger las velas.


CARPE DIEM

No busques el final que a ti o a mí nos tienen reservado los dioses/ (que por otra parte es sacrilegio saberlo), oh Leuconoé, /y no te dediques a investigar los cálculos de los astrólogos babilonios/. ¡Vale más sufrir lo que sea!/ Puede ser que Júpiter te conceda varios inviernos,/ o puede ser que éste, que ahora golpea al mar Tirreno/ contra las rocas de los acantilados, /sea el último;/ pero tú has de ser sabia, y, mientras, filtra el vino/ y olvídate del breve tiempo que queda/ amparándote en la larga esperanza. /Mientras estamos hablando, he aquí que el tiempo, envidioso, se nos escapa: /aprovecha el día de hoy, y no pongas de ninguna manera tu fe ni tu esperanza en el día de mañana.

domingo, 20 de febrero de 2011



Corazón coraza.

Hace dos días a mi hija le tomaron una radiografía en un hospital de la comarca. Por la carencia de signos vitales en el rostro, por lo remoto, inescrutable de la referencia física y espiritual sobre la cual clavó retinas y pensamiento la señora encargada de ejecutar la labor; presumo que nunca supo si era una niña o la rama de un árbol el objeto radiografiado. Jamás dirigió una mirada a mi hija, ni por equivoco dejó escapar un rictus de sonrisa, de enojo, de contrariedad, una mueca, algo que más allá de sus mecánicos movimientos, mostrara su vitalidad emocional. Hace dos años pasé por una situación similar en el Cuerpo de Guardia del Hospital de niños. Mi hija con una fiebre de 40 grados, y la ¡¿doctora!? que nos ignoró, por virtud telepática y sin tocar a la niña ni con la punta de los guantes que cubrían sus egregias manos, le recetó medio camión de aspirinas. Luego del necesario escándalo de progenitores, apareció otra doctora que, infiero, haciendo esfuerzo ciclópeo se atrevió a intercambiar miradas con la niña, ¡y hasta con los padres!, e incluso se atrevió a más; colocó su mirada de diosa taina dentro de la boca de mi hija. Y el resultado fue el que esperábamos la madre y yo sin haber pasado por aulas de Facultad de Medicina: infección en la garganta. En esta provinciana provincia centroamericana no es atípica la gélida y errática conducta de los galenos. La novia de un amigo, estudiante de medicina ella, dice sentirse decepcionada por la actitud y “consejos éticos” que a diario recibe de los docentes. Constantemente se le remacha que no debe mostrar signo alguno de ternura, de emoción, de afinidad o soltura hacia los pacientes. Mientras más lejos uno del otro, mejor para la causa. El médico aquí, en las antípodas el paciente. No hay necesidad alguna de mostrar, cuando menos, solidaridad hacia otro ser humano porque en definitiva, en la mayoría de los casos, ni siquiera comparten estrato social. Y ni hablar de consultas fuera de hospital público sin defalco monetario del doliente. Que a fin de cuentas estamos hablando de negocios, la carrera de Medicina cuesta una fortuna y es necesario recuperar la inversión sacándole dos a cada sufridor. Al pan pan y al vino vino. ¡Cuánto se extrañan por acá las virtudes académicas y humanas de Belkis Brito y Herrera, la pediatra que en mi desvencijada ínsula atendió a mi hija! Jamás un diagnóstico desatinado, siempre una sonrisa enorme, reconfortante, una amabilidad a prueba de privacidad doméstica. Lo mismo ofrecía una consulta en el hospital, que en plena calle o en la sala de su casa. Más que pediatra, amiga, casi sangre de nuestra sangre. Una buena odontóloga cubana, cuyos servicios requerí hace unos días, me comentó sobre la falta de aptitudes y vocación que ha visto por la redonda en no pocos congéneres da igual la categoría: aspirantes o habientes del numerito que les acredita ante el emérito Colegio de profesionales del ramo, o de la espiga solitaria. Y es de esperar. Si mi Tata – padre, entre los nacionales – ejerciendo la odontología se compró una casa de 150 000 dólares y tiene un carro de 50 000 verdes, entonces hay que seguir sus pasos. ¿Y la vocación? Pues obvio que no falta, la de hacer dinero, digo yo, que para odontólogos con vocación con los del movimiento romanticista ya tenemos suficientes. ¿Y si al final de la faena la cristiana boca queda como unión entre nalgas, es decir sin dientes? Pues a seguir pagando para recuperar la risa, o la sonrisa, según bolsillo. El ente, la cosa que radiografió a mi hija, copió y ejecutó en la praxis hasta los acentos de la consejería docente que a todas sombras, es letra viva en esta comarca.