martes, 30 de agosto de 2011


Suicidas memorables.

Leyendo El lobo estepario de Hermann Hesse recordé a dos poetas cubanos: Raúl Hernández Novás y Ángel Escobar. El suicidio como opción de vida, como posibilidad. La muerte a mano propia como instrumento plausible para cerebros lúcidos y sombríos a un tiempo, para espíritus intensos intentando desvanecerse, quebrantarse ya definitivamente. Hernández Novás y Ángel Escobar son casi los últimos poetas del decálogo suicida de la poesía cubana. Ya se ha hablado de eso, bastante, buscando simas, con s, no hay error. Tormento, agonía de vivir en ambos casos. Y el suicidio siempre como alternativa, de dominio público, además. El grandote de Hernández Novás despidiéndose con un pistoletazo, el cuarto, porque no soltaba la bala con premura de muerte aquel objeto de museo con el que finalmente logró pasar al reparto de las mayorías, en junio de 1993. La pistola era del siglo XIX. Ángel Escobar saltó al vacío desde el séptimo piso de un edificio habanero, el 14 de febrero de 1997. Hubo – hay y habrá – poetas suicidas, cubanos y de otros rumbos, antes y después de Raúl Hernández Novás y Ángel Escobar, pero es el caso que la obra de estos dos me parece superior que la de sus inmolados predecesores en el terruño. De toda la poesía d Hernández Novás, los cuasi fílmicos Sonetos a Gelsomina rozan el borde de lo sublime. De Ángel Escobar rescato sobre sus otros libros, Abuso de confianza, y El examen no ha terminado, publicado póstumamente. Un par de poemas no pueden devolvernos a la vida la presencia ya trunca de ambos. La presencia física, quiero decir, porque estos dos hombres, ahora nombres, no son, para decirlo a la manera de J.L.Borges, de aquellos que llegan primero a la meta: el olvido.

Reseñas. (Raúl Hernández Novás)


Y yo te voy siguiendo, Gelsomina,

por la intemperie fría, en extramuros

del tiempo y del amor, bajo los duros

cielos donde la lluvia no germina.

Déjame ser, entre la tarde gualda

y ante el mar de fronteras de granito,

la piel dócil y basta en que el perrito

hermana la sonrisa de tu falda.

Yo te veré, desde el salón sombrío,

con gestos muertos en las manos, mudos

aplaudiendo su tácita caricia.

Y tú no me veras, desde el baldío

tablado en que muequea la estulcia

de los cansados monigotes rudos





HÁBITAT. (Ángel Escobar)

VIVO en la punta de un cuchillo.

Si resbalo hasta el filo, sajado

seré antes de llegar al cabo hondo.

Si resbalo por el lomo, me haré añicos

después del mango sucio. Si por los planos

caigo, astillas seré en los bordes atornillados, sí:

no tengo alternativas, y ya no sé

si estar así es peligroso -

ya no comprendo nada:

aquí llegan los ruidos de los alrededores -

querría un poco de silencio,

un ápice de candor, algo

que no mate ni mienta -

oigo una música: sé que soy

un bastardo lastimoso, roto así

cómo se me escapa el arte y surge

la imperfección de este poema.

viernes, 26 de agosto de 2011



¡Voy por una cerveza!

Semana tórrida esta última de Agosto. Gritadera anticastrista de cuatro papayu´ as sin acceso a Papa Johns en la escalinata del Capitolio de La Habana. Toma de Trípoli por rebeldes libios y subsiguiente evaporación de Muamar el Gadafi por incremento de la temperatura en las arenas del Sahara y en los fusiles de asalto AK 47. Movimiento sísmico en Nueva York; incendio a mano criminal y muerte por decenas – as usual – en Casino de Monterrey, México. Huracán Irene se desgreña(rá) también allí donde hace unos días meneo hubo, en Nueva York. Pablo Milanés tira la toalla antes de comenzar la contienda para evitar la pelotera en Miami. Hay motivos para inquietarse y motivos pa´relajarse. Las preocupaciones llegan sin desearlas, los alegrones casi siempre hay que fabricarlos, salir a buscarlos. A falta de materiales de construcción y tiempo para solazarnos, levantemos, cual monumentos, compensaciones para el quebranto. Alternemos de vez en cuando una rima barata – como esta – de asonantadas y consonantes. Enderecemos a toda costa la jornada si notamos que se está jorobando y agradezcamos el filminuto de vida que nos va quedando. Empinemos el mentón, un papalote, el codo hasta reventarnos.


miércoles, 24 de agosto de 2011



Tripolitanas…y de Tobruk.

Un tiranuelo exótico dejó el pedestal, en Libia, donde no llueve, pero si lloviera, los charcos que se formarían no serían de agua, serían de petróleo. Hay motivo para el optimismo, sin aspavientos. Medio mundo se ha pegado a la teta de la tele esta última semana para ver si el final de la historia norafricana les reporta la misma alegría que les reporta el epílogo del culebrón de turno que se transmite por algún otro canal,TeleMundo, digamos. Todos a la espera del capítulo de cierre – para el núcleo familiar occidental – en el canal noticioso: la captura vivo o muerto de Muamar el Gadafi. En abril de 2007 conocí a una mujer nacida en Libia. Mezcla entre hindú belicoso de la Cachemira y británica hippie de Southampton. Nos vimos en un parque – yo no buscaba a nadie y la vi – casi de extremo a extremo, nos sonreímos, diría yo que flirteamos. No estaba envuelta en trapos, no era practicante del islam, lo supe después, por supuesto, todo lo supe después. Me acerqué, algo le dije que no recuerdo ahora, cualquier cosa, cualquier trivialidad. En francés me respondió que no hablaba español. La invité a un café, aceptó. Era nieta, por ascendencia materna, de un soldado de escuadra de infantería, legendario, de aquellos que más a golpe de milagro que certidumbre, contuvieron en el cerco a Tobruk – entre 1941 y 1943 – el avance de los tanques del Afrika Korps del general Rommel. Y allí nació Álika, que así se llamaba la muchacha de Libia, por pura carambola histórica, acaso por empecinamiento histórico. Nos vimos durante un mes, conversábamos, nos tomábamos un cortadito siempre en el mismo Café. Después de aquel sorbo primigenio de la arábiga rubiácea, siempre invitó y pagó ella, yo no tenía ni donde caerme muerto. Alguna vez le pregunté por Muamar el Gadafi, por nada, para llenar un hueco en la charla. Fidel Castro, pero no siempre con uniforme, en ocasiones se envuelve en trapos, y se encasqueta un par de alpargatas. Algo así deduje. Suficiente, la contuve, cambiemos el tema. El segundo mes ya no solo conversábamos y nos tomábamos un cortadito, también hacíamos el amor. Se venía de la misma manera que escribía cuando escribía en árabe: como los crespos de una ola que se alebresta de pronto en un mar en calma, y de atrás hacia adelante. Nunca le pregunté el motivo de su presencia en Costa Rica, tampoco ella a mí. No creo que fuera un dato relevante. En Junio me dijo que regresaba a su casa, en Tobruk, soy pintora, apuntó. Lo imaginaba, le dije. Cómo así, preguntó. Por tantas cosas, casi por todo, le contesté con un apuro en el pecho que no preví. Aquí llueve mucho, en Libia nunca llueve, pero si lloviera, los charcos que se formarían no serían de agua, serían de petróleo, me dijo para saltarse el descalabro de la despedida. Muamar el Gadafi ya no gobierna en Libia, ya no chancletea por las calles de Trípoli, ya no exhibe sus trapajos multicolores al viento pero algo sabré de él en algún momento, me importe o no. Álika tal vez recoja en sus lienzos, de alguna manera y si es que le importa, la impronta del nuevo acontecimiento. Quizá me lo haga saber, quizás no.

viernes, 19 de agosto de 2011


Balompedicure.

El argentino Ricardo La Volpe perdió el paso con el equipo de futbol de Costa Rica y terminó renunciando al cargo de entrenador. La prensa nacional le fue arriba al hombre. Dicen los nigromantes y exégetas futboleros de la comarca que con el gaucho La Sele retrocedió a paso doble. Es decir que alteró el orden del habitual retroceso paso a paso. Cuando el team de aquí juega, uno siempre tiene la impresión que hay un sino venturoso de sentido opuesto. No importa cual sea el rival de turno, campea hasta el minuto noventa la impresión de que nos va a ganar. Puede incluso la banda local ir arriba veinte a cero en el ochenta y nueve, que no por eso habrá sosiego en el bar y la tribuna; la claque presiente que la banda ajena les puede sembrar veintiún goles en el minuto noventa. El país se atasca cuando retoza La Sele. Si la tropa comienza perdiendo temprano, las apuestas en la barra y la tribuna se concentran en el número de goles que logrará el oponente. Si La Sele rompe primero el estambre, las apuestas intentan precisar el instante en que llegará la remontada del bloque foráneo. Los jugadores locales demostraron hace un par de meses que no se puede jugar con el orgullo nacional porque, al menos para ellos, no existe. Una banda argentina de cajuela y repuesto les ofreció una limosna balompédica sobre la grama del Estadio Nacional. Lionel Messi se dejó ver en la congregación; de cuerpo presente y mente ausente, les obsequió cero minutos de juego, la espalda, mala cara cuando estuvo de frente y la lengua se la comió un ratón en el aterrizaje; y aun así los mejengueros de Tiquicia le pidieron autógrafos e instantáneas para eternizar ese instante de desvergüenza nacional. Con ese paso tan chévere a donde iremos a parar. Solo falta ver a los pateadores de subsuelo y patria celebrar la victoria del contrincante con cerveza y aclamaciones. No le demos más vueltas al asunto, que el próximo entrenador alguien salga a buscarlo en un circo porque aquí lo que apremia es un mago.

lunes, 15 de agosto de 2011



¡AleYuya, La Marcha de las puyas!

¡AleYuya! Llegó la Revolución Industrial a Costa Rica; síntoma de que el progreso interesa. Todavía nos faltan dos siglos y medio para que hoy sea hoy, pero algo es algo. Ayer finalmente se bien logró La Marcha de las Putas en San José. El detonante de la protesta fue un comentario prehistórico de un cura del neolítico que se escapó del Museo de Antiguedades Egipcias de El Cairo y ahora vive aquí, suelto y sin vacunar. El recorrido terminó en el lugar ideal, soñado: en el Parque Central, frente a la Catedral citadina. Y había misa en la caverna, para pulir la utopía. El mejor aporte de la marcha, diríamos El Premio Mayor, se lo llevó el enjambre de consignas que se corearon; por ocurrentes, y además, por irreverentes. Allá va eso: ¡Ni a la Iglesia ni al Estado, mi cuerpo es mío!, ¡Fuera los rosarios de nuestros ovarios!, ¿Cuál es la única iglesia que ilumina? ¡La que arde! Todavía nos quedan como temas de estudio y tarea para la casa, los periodos de la época moderna y la contemporaneidad. Pero hay deseos de llegarles. Si nos apuramos, ahorita amanecemos en el mismo día del almanaque.


sábado, 13 de agosto de 2011



Novelmatográficas.

En la novela Los años con Laura Díaz, hay un pasaje que me recuerda una escena de la película Pulp Fiction. La manera en que muere Juan Francisco el esposo de Laura Díaz, en el libro de Carlos Fuentes, me remite a la muerte de Vincent (John Travolta) en el filme de Tarantino. Muerte pacífica vs muerte violenta, pero muertes similares por locación, por aviso de lo inminente, por la grotesca postura en la que quedan los cuerpos. Al terminar estas líneas colocaré la escena de la película; aquí va el fragmento de la novela del mexicano: Ya no habría tiempo de decir te quiero. (...) Sintió unas ganas inmensas, dolorosas y placenteras a la vez, de sentarse a cagar. Ya no habría tiempo de cumplir la promesa de un destino admirable, glorioso, heredable. Se bajó el pantalón del pijama que su hijo Dantón le regaló y se sentó en el escusado. Ya no habría tiempo...Pujó muy fuerte y cayó hacia adelante, se descargó su vientre y se detuvo su corazón. En ambos casos lo procaz se convierte en elemento creador dentro del plano narrativo por el que avanza ese instante de la obra. En ambos casos hay un tempo en crescendo, premonitorio, y en ambos se logra un planteamiento estético que da forma al cimiento artístico. La mueca del asco y el horror trastocada en otra cosa: introspección, imagen certera, atavío. Arte, en definitiva.