Él solía tirar la bola para el home como pocos saben hacerlo. Mi criterio del tiempo comprimido en una cámara al vacío era verlo jugar pelota con el Habana, mi equipo. Cada lanzamiento suyo era una obra de arte en proceso, un performance. Por algo tiene el record de más juegos ganados en una Serie Nacional de Beisbol (20), allá en Cuba. En promedio perdía un juego (casi siempre apretado) después de haber ganado 5 o 6 consecutivos. Por eso el cuento El día que perdió José Ibar..., de Francisco García González, es un cuento de ficción, pero al cuadrado. Por algo fue él el pitcher que le pusieron delante, hace ya 15 años, a los Orioles d Baltimore en aquella escaramuza contra un equipo de las Mayores: si el tema era tirar maravillas para "la goma" no podía ser otro el elegido. Para romper las marcas del “Cheo” Ibar tendría que nacer otro como él, algo que sucede – cálculo conservador – cada 100 años. Así es que, por más que le pese a quien le pese, presiento que habrá números suyos para rato en las estadísticas de la pelota cubana. Por algo lo querían también aquí, tirando pelotas para el home plate en Grandes Ligas, asunto que por razones que no hay que mencionar aquí, no pudo ser. Pero igual aquí está, en esta orilla. Ladies and gentleman, esto sí es un ídolo de multitudes: José “Cheo” Ibar.
Soy de los jóvenes y de los viejos, de los inquietos y de los discretos/Indiferente a los demás, atento para con los demás,/Maternal, paternal, niño y hombre. (Walt Whitman. Canto a mi mismo)
sábado, 25 de julio de 2015
miércoles, 10 de junio de 2015
Entrando al abismo.
Entrando al abismo.
El amanuense fue profesor de John Carter – dos cursos – hace
casi dos años, en Costa Rica. Con una disciplina académica (auto impuesta)
espartana, es del tipo de estudiante que siempre honra la clase. Carter hoy tiene apenas
18 años y su lengua nativa es el inglés, así es que su empeño, además de
talento, también revela los síntomas de la hombrada. He leído otros poemas
suyos que nada quedan debiéndole a este. Sirvan estas palabras para introducir
su texto. Y anoten el nombre, y el apellido, que ver nacer a un poeta es lo
mismo que ver el estallido de una galaxia.
La salida del abismo
Cuestionando la oscuridad
y la experiencia,
las sombras salen a jugar,
se revelan ellas mismas.
El viento siempre ha susurrado
pero nunca he escuchado su voz en el día.
Habla de nuevo,
mi cuerpo tiembla más.
El cielo es negro
y los cielos siguen desconocidos.
Un sonido extraño embruja mi mente
me doy la vuelta,
no hay nadie ahí.
Una risa engañosa
se arrastra en mi oído
la luz parpadea, luego se quiebra.
La luna llena
da luz a esta noche de Halloween.
Árboles se estrechan para agarrar mi brazo,
las enredaderas, siniestras, ondulan entre mis dedos.
Escalofrío en mi espina
y el suelo se vuelve hielo.
Ahora estoy congelado.
Mi sombra se tuerce detrás mío
para verme y enjaular mi alma.
Tengo poder, tengo fuerza,
calor: me puedo mover
con más agilidad que antes.
Mi alma grita,
mi sombra no es mi reflexión
mi sombra es mi demonio
mi sombra es vidrio, mi alma también.
Son porcelanas, uno ha de ser piedra.
Cenizas llenan el mar, sombrean los cielos.
Mi sombra es un sádico;
sus ojos desean la tortura.
La guerra es emoción, la felicidad miseria.
Congoja y agonía les dan placer.
Los más negros de los malvados
fantasmas y necrófagos podrían ser mi ejercito.
En mi carne duerme Lucifer,
por ahora, la bestia duerme en paz,
ojos abiertos lo esperan.
Dándoles el espejismo de tener sus deseos,
soy su negociante.
Pueden lanzar los dados,
sus cartas nunca ganarán.
Apostando sus almas por sus obsesiones,
gatos negros y espejos quebrados
deciden su suerte.
¡No puedo perder!
Fuego en sus manos.
No puede sangrar ni ahogarse.
Esto no puede ser silenciado,
es inmortal, ¿qué es real?
Oh señor, ¡Despiértame!
He jurado para que los horrores
de mi mente torcida me vuelvan a ver.
Vi ante los ojos del abismo,
me di cuenta que soy parte de él.
Para deshacer el hielo,
vendí mi alma,
y todo el hielo
se hizo agua.
Mis ojos solo han visto
hasta la orilla del horizonte.
Mi mente estaba hipnotizada
e imaginé las ilusiones
que fueron fundidas
ante el nuevo horizonte.
Entonces vi el sol amanecer,
desde el fondo del mar.
John Carter
Y bueno, leyendo Waiting for Snow in Havana, esto:
(1) Carlos Eire. Waiting for Snow in Havana.Y bueno, leyendo Waiting for Snow in Havana, esto:And speaking of fictional characters, Popeye might have been the wisest of all time, for he knew instinctively what it has taken me a lifetime to realize. "I am what I am," or as Popeye puts it, "I yam what I yam."
I yam Cuban.
God-damned place where I was born, that God-damned place where everything I knew was destroyed. Wrecked in the name of fairness. In the name of progress. In the name of love for the gods Marx and Lenin.
Utterly wrecked.
I have pictures to prove it, from twenty years ago, when my mother went back to visit for one week, packing a Kodak Instamatic camera. Everything was already so thoroughly ruined by then as to be barely recognizable. The entire neighborhood went to ruin, just like ancient Rome, only more quickly and without the help of German barbarians. The entire city. The entire country, from end to end. (1)
lunes, 1 de junio de 2015
La mancha de sangre.
La mancha de sangre.
Fidel Castro debió morirse joven, sierramaéstrico. Como James Dean, vaya, o en su lugar. Habría sido una opción más sana, menos letal. Ahora bien lo sabemos. Dado el teatro de operaciones "pre revolucionario", bien pudo procurarse una desaparición del más alto vuelo poético: cayendo por un precipicio de una loma del Segundo Frente oriental, se me ocurre. Digo yo para
que en la memoria colectiva su recuerdo quedara tan vital como una mancha de
grasa, y no como esa cosa que va quedando, que de vez en cuando se atreve en la
tele y que más parece – ironías del destino – un águila americana que un ser
humano.
lunes, 4 de mayo de 2015
Papalote
Papalote
Leyendo Waiting for Snow in Havana de Carlos Eire, llego
hasta aquí, y coño, ese también es mi viejo, pensé, y ese muchacho fui yo,
fuimos todos, y por qué y cómo fue que un ególatra de mierda nos arrebató un
país que nunca aspiró a ser otra cosa
que un papalote casero.
My father made the
niftiest kites out of brightly colored tissue paper. Papel de China, it was called. And balsa wood frames. My dad would
slice the balsa wood with a special knife he saved in a special box, cut the
paper into all sorts of shapes, arrange the colors in wild patterns, apply
glue, tie some string, and presto, a kite would appear. A tail made of thin
strips of cloth, tied together in a chain of knots, was the finishing touch.
(…)
I especially liked
the fighting kites, which had double-edged razor blades embedded in their tails.
We would hoist our kites high, far from one another, and then bring them closer
and closer and try to cut each others’ strings with the razor blades. Sometimes
it worked, but most of the time the kites simply got tangled up and plummeted
to the ground. But when a kite actually had its string cut, it was beautiful.
It would sort of hang there in the air for an instant, confused by its freedom,
and then fly off wherever the wind wanted to take it. Sometimes they landed on
the roofs of houses. Sometimes they landed blocks away, or plunged into the
turquoise sea. We would cheer and shout, unless of course the damaged kite
happened to be our own. I hated to have mine cut, and the sad truth is that I
never got to cut anyone else’s. My father didn’t seem to mind this wreckage of
his handiwork at all. He seemed to enjoy it. sábado, 2 de mayo de 2015
Puerto seguro
Puerto seguro.
He
dicho que mi problema no fue evitar a Faulkner, sino destruirlo, señaló
Gabriel García Márquez en sus conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza,
recogidas en el libro El olor de la guayaba. Entre Faulkner, Kafka y Hemingway
se redondearon las mayores influencias del colombiano, acaso las mejores. Y por
supuesto que no hablaba García Márquez de hacer trizas al ex pintor de brocha
gorda, piloto de avionetas de fumigación agrícola, generoso tomador de whisky, y
además escritor de peso pesado, sino de zafarse con la mejor reverencia de la
influencia de aquel “monstruo” de la Southern
Literature. En la mañana del 2 de junio de 1961 mientras Ernest Hemingway
se reventaba la cabeza de un escopetazo, en Ketchum, Idaho, tocaba tierra en
México D.F Gabriel García Márquez. Unos días después, el 9 de junio, Gabo
escribía desde el corazón azteca, en Novedades: Un hombre ha muerto de muerte natural. Para verlo simple, asumía
tal vez con esa sentencia el necesario paso de un estado a otro de la materia,
sea cual fuere la forma en la que tránsito sucede porque, en definitiva, a
Hemingway ya nadie le quitaba lo baila’o. En fin, que el Gabo por norma solía
agradecer la impronta de aquellos que lo marcaron. Con otros las cosas no
funcionaban así. T.S. Eliot, por
ejemplo, en entrevista con Donald Hall se atrevió a decir que la obra de Ezra
Pound era touchingly incompetente.
Pretendiendo después poner un tibor donde caía la gotera soltando que that was a bit brash, wasn’t it? Ni que
hablar hay del tutelaje literario que Ezra Pound ejerció sobre T.S. Eliot, y
también sobre Ernest Hemingway quien por cierto, por aquel entonces (años 20)
no habría estado ni de chiripa en el Inquest,
junto a Carlos Williams, Ford Madox Ford, el propio Eliot y el propio Pound, de
no haber sido por el palancazo que le dio este último. El comienzo del Ash Wednesday de T.S. Eliot ni siquiera
hubiera sido el garrotazo que es sin las sugerencias de Ezra Pound porque no
era el comienzo que Eliot pretendía para ese monumental poema. En Abaddón el exterminador, Ernesto
Sábato escribió: si además del talento (…)
estás dispuesto a sufrir, a desgarrarte, a soportar la mezquindad y la
malevolencia, la estupidez, el resentimiento, la infinita soledad, entonces sí,
estás preparado para dar tu testimonio. Unos mezquinos, otros no, al final
el talento, la constancia se encargaron de salvar estos nombres.
lunes, 27 de abril de 2015
Instante
Instante.
Pocos tratados o libros de historia describen con una
eficacia comparable lo que fue la Guerra Civil Española y, de paso, lo que es
la fragilidad de la vida, como la erizante fotografía de Robert Capa tomada el
5 de septiembre de 1936 (cerca de Cerro Muriano en la frontera de Córdoba), la
cual registra a un soldado republicano en plena carrera justo en el instante de
recibir un balazo mortal: sus piernas han comenzado a doblarse pero todavía no
ha caído; no está vivo pero tampoco muerto; no tiene su carabina empuñada en la
mano pero tampoco está en el aire: es la fracción de segundo límite cuando la
vida traspala la muerte, cuando la frontera entre ambas aparece resaltada en un
clímax brutal. (1)
(1) Juan Carlos Botero. Las semillas del tiempo.
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